Iniciativa ALECAR

Franquear esta puerta te adentra en el mundo de ALECAR. Todo lo que aquí leas puede causarte gozo, rechazo, sonrisas, indignación... Tú decides si quieres seguir adelante.

Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

miércoles, 11 de agosto de 2010

17 - Ya no me acordaba.

Pasé la tarde limpiando la sangre de aquella pobre desgraciada y cavando una zanja que sirviera para alojar a Adam y Johanna en su descanso eterno. Tuve que deshacer el parterre que está situado junto a la fuente. Desde hace años no tiene agua. Nunca me gustó tener que oír el ruido de los cuatro chorros que escupían sendas gárgolas situadas en la parte superior de lo que se asemejaba a un gran jarrón de piedra blanca. Así que cuando dejó de manar agua nunca me preocupé por reparar la avería que había obstruido los conductos que la alimentaban. Arrastré los cuerpos que quedaron allí tirados de cualquier manera. Después de devolver la tierra a su lugar dejando los cadáveres ocultos rehice el parterre.

Como no tenía visitas nadie notaría el cambio y los jardineros hacía poco que habían arreglado aquella parte del frontal de la casa. Para cuando necesitara atenciones de nuevo la lluvia habría borrado las huellas de la tierra removida. Mientras tanto permanecerían ocultas bajo las flores y arbustos que cuidadosamente había colocado otra vez en su sitio.

Cansado por el esfuerzo me propuse llegar a la biblioteca para leer algo y así relajarme. Ya en la puerta principal, que estaba cerrada pues había utilizado la entrada de servicio, rebusqué la llave en el bolsillo de la chaqueta. Mi corazón se sobresaltó cuando palpé los ojos que Johanna. Con la visita inesperada de Adam había olvidado por completo este detalle, así que aún me esperaban algunos quehaceres antes poder descansar.

Al entrar me aseguré de dejar la casa bien cerrada. Todas las ventanas de la parte más baja estaban cerradas así como la puerta principal y la de servicio. Desde aquí se tiene acceso directo a la leñera, la alacena, el pequeño almacén y una estancia que ahora se emplea para dejar los aperos con que arreglan el jardín y el resto de la finca. Antes se guardaban en un cobertizo que se añadió a la cuadra pero por comodidad los jardineros prefieren este cuartucho.

Ya en la cocina avivé los rescoldos de la cocina que todavía tenían fuerza suficiente para hacer hervir el perol de agua que puse sobre el fogón. Cuando el agua alcanzó buena temperatura y comenzó su borboteo metí los ojos de Johanna que media hora más tarde ya habrían tomado una textura más consistente. Ahora llegaba la parte más delicada. Con los ojos endurecidos me dirigí torre arriba, hasta la parte más alta. Allí mi abuelo hizo instalar un curioso sistema de aire adosado a la chimenea.

Consistía en una tubería que subía paralela a la chimenea desde la planta baja, una planta por debajo de la chimenea. Esta tubería tenía una entrada de aire en la parte inferior. Como discurría pegada a la chimenea el aire que había dentro se calentaba produciendo una leve corriente de aire caliente en la salida superior de dicha tubería. Esta salida remataba el fondo de una hornacina sin puerta frontal.

Después de que los ojos de Johanna pasaran una semana allí metidos, sometidos a esa corriente, se convertirían en dos esferas de color parduzco. Permanecerían inalterables para el resto de los tiempos. Pero esta operación tan sencilla en apariencia era de lo más delicada. Si la corriente fuera demasiado cálida o potente obtendría dos pasas inservibles, por el contrario si fuera demasiado débil o fría los ojos no llegarían a secarse por lo que terminarían pudriéndose al poco tiempo. Así que tendría que controlar en todo momento el fuego de la chimenea. ¡Cómo echaba de menos a Adelia! Sólo llevaba fuera de casa medio día.

Así que después de arreglar el fuego convenientemente salí por la capilla hacia pasillo y busqué entre los retratos de mis antepasadas alguno cuyo rostro me recordara a Johanna. Los conocía de memoria pero aún así era mejor una inspección minuciosa en estos casos. En el lado derecho, encima de la puerta del teatrillo encontré dos candidatas. Fueron rechazadas inmediatamente, ellas ya habían recibido su regalo tiempo atrás. Continué con la inspección que me llevó hasta una joven de hermosura casi mística. No recordaba su nombre pero si que su vida estaba documentada en alguno de los volúmenes dedicados a la vida de los Alecar. Tendría que releerla.

Descolgué el cuadro y lo llevé a la cocina. Ayudado de un cuchillo de pequeño tamaño pero tremendamente afilado perfilé el contorno de los ojos de mi antepasada. Siempre me sobrecogía la imagen de un rostro de ojos vacíos, así que dejé el cuadro apoyado del revés en la pared. Esperaría una semana antes de volver a tener unos ojos con los que seguir mis pasos por la casa.

viernes, 16 de julio de 2010

16 - Imprevistos

Mientras me cambiaba las ropas tras lavarme en el palanganero de mi habitación, escuché que Adelia me llamaba.

- ¡Señor, me voy! ¿Dónde está? ¡No trasnoche demasiado! ¡Y no descuide las comidas!

Asomando la cabeza con el torso desnudo, despedí a Adelia deseándole buen viaje, y me aseguré de que había organizado la visita de Roseline y su hija Rose.

Al salir de la habitación tropecé con el artilugio de melodías que estaba entre las ropas sucias en el suelo, manchado de sangre. Lo cogí y lo deposité en la mesa del recibidor, según salía a comprobar que Adelia ya había abandonado el recinto. Una vez fuera cogí agua del depósito que hay al lado del pozo y la eché en la pila de lavar situada en la cara sur de la mansión. Después entré de nuevo en la casa para salir inmediatamente con las prendas manchadas que me había quitado. Las metí en la pila y las dejé allí.

Durante un momento me paré a pensar. Me di cuenta de que cedía el deseo morboso de mostrarme capaz de decidir sobre la vida de otras personas. Esa sensación que había influenciado tanto mi comportamiento estos últimos días se estaba debilitando de nuevo. Iba estando más sereno, dueño de mis actos cotidianos sin la potente necesidad de crecerme ante la realidad y cambiarla drásticamente. Pero volverá, llevaba ocurriéndome ya demasiado tiempo como para creer que esto iba a quedar así.

Hace mucho que ya no me da por pensar en ello. Sin embargo hoy hay algo al fondo de mi mente que me hace revisar el pasado… ¿a qué influjos se referían los hombres que me drogaron en la taberna de Molly? ¿No tendrá algo que ver con los vaivenes cada vez más acusados de mi psique?

Mientras iba fumando de la pipa que me había preparado, cientos de pensamientos se agolpaban en mi mente. Al repasar los últimos acontecimientos la inquietud me sobrecogió. Quizá no estaba todo tan bien como creía.
Adelia siempre me ha sido totalmente fiel, abrumadoramente fiel diría yo, como si no hubiera otra alternativa para ella en esta vida. Además nunca le he dicho ni dejado ver del todo ciertas cosas, y ella no se entromete.
Pero ¿y si hubiera cambiado de actitud sin que yo me diera cuenta, aterrada por alguno de mis actos? ¿Y si ha decidido delatarme y ha ido en busca de ayuda?
Mi corazón palpitaba rápido. No, eso no ocurriría. Aunque no le gustaban muchos de mis comportamientos, nunca había mostrado el más mínimo gesto de miedo ni indignación por nada de lo que había visto, sólo desaprobación en algunos casos. De hecho se sentía segura a mi lado y confiaba en mí. Ella sabía que sucedían cosas que nos amenazaban a todos y que escapaban a nuestro control, y se afanaba en atenderme.

La pipa te enturbia la mente, eso no va a ocurrir. Pero parece que tus actos tampoco te han servido para avanzar en las investigaciones sobre el oscuro pasado de la casa, ni surten efecto alguno, como supuestamente podrían haber producido los extraños rituales en los que el abuelo Johan se debió ver envuelto, a juzgar por algunos de sus escritos. Quizá sólo heredé de su sangre algún tipo de locura.

Estaba totalmente ensimismado en mis pensamientos, sentado en el sillón de orejas, con todos los aparejos de fumar esparcidos por la mesita redonda cuando llamaron a la puerta con soltura. Pensé que sería Adelia que se había dejado algo, así que me acerqué tranquilamente y abrí de forma descuidada.

 Era Adam.
¡Era ADAM!
Subidón de adrenalina. Temblor en los antebrazos. Flojera en las piernas. Presión en la cabeza. La pipa esparcida por el suelo. Hincho el pecho y…

Quizá en otro momento habría actuado con menos raciocinio. Pero me pilló en un estado peculiar, mi lado pragmático prevalecía sobre el instinto. Adam podía ser despiadado, lo sé, pero vi que no mostraba rostro de enfado y me agaché a coger la pipa mientras ganaba tiempo. Casi gritando para disimular el temblor de la primera impresión, dije:

- ¡Adam! Pero… ¿cómo has venido hasta aquí? Si me hubieras escrito habría ido yo a verte.

- No he venido exclusivamente a verte, no te hagas ilusiones. Tenía que resolver unos asuntos y esto me venía de paso.

Entramos, cerré la puerta y nos sentamos en los sillones del enorme recibidor.

- Estupendo, espero que pretendas pasar la noche aquí, tengo todo tipo de comodidades en esta casa.

- No es mi intención invadir tu casa sin previo aviso, mis ayudantes están en la posada del pueblo y en este momento se estarán encargando de mi alojamiento.

- Ya, bueno pues si no tienes una excusa mejor, serás mi invitado esta noche. ¿Quieres tomar una copa?

Parecía ser una visita despreocupada, aunque Adam no era una persona de las que solían visitarte por nada. Con su mirada leía tu mente, estoy seguro de que leyó en mi alma la sorpresa que me llevé al verle. Quizá no fuera buena persona, pero desde luego su conversación era interesante. Tomamos una copa, fumamos, y charlamos de diversos temas. Dimos un paseo por los alrededores de la casa, y después entramos para cenar.

Como no tenía ayuda me disponía a preparar la cena yo mismo cuando Adam me preguntó por la última chica que me envió. Le hice un gesto leve indicando que no volvería. Puso mala cara, chistó y dijo que eso no podía volver a ocurrir:

- Por lejanos que sean, la gente tiene conocidos que tarde o temprano terminan haciendo preguntas. No puedo permitir que mi negocio peligre de esta manera. No te mandaré a nadie más, tendrás que entenderlo.

No se había enfadado mucho. Con lo cruel que le he visto ser en ocasiones, no me esperaba esa actitud. Incluso parecía darle reparo no poder complacerme. Me pareció rarísimo, no sé qué habría visto u oído, pero el tigre implacable hoy parecía un gatito.

La cena fue un tanto sobria, comida recalentada y buen vino, eso sí. Mientras cenábamos me habló francamente:

- Tienes que ayudarme. Cometí el error de escuchar lo que no debía y ahora me persiguen.

- ¿Que te persiguen? ¿Quién? ¿Qué es lo que escuchaste?

- ¡No quieras saberlo! Yo nunca debí oírlo, ojala pudiera olvidarlo. Aunque quizá a ti no te fuera ajeno.

- ¿Cómo? Perdona pero me he perdido algo. Qué me estás…

- Sí, la gente esa con la que andas, creo que son quienes me persiguen. Por eso quizá tú me puedas ayudar.

- Pero vamos a ver, Adam,  ¿de qué me hablas? ¿qué es lo que has hecho?

- Esto no tiene nada que ver ni con la mayor maldad que yo jamás hubiera podido cometer. Escuché un terrible relato de otro tiempo que pude relacionar con decenas de sucesos sin explicación de los que estas tierras llevan siglos siendo testigos. Fue terrible. Lo escuché de boca de quienes se ven contigo en aquella taberna de Molly los días que el resto del pueblo tiene prohibido acercarse.

Parecía que Adam sabía más sobre todo aquello. Con mi silencio le induje a seguir hablando:

- Tienes que decirles que prometo guardar silencio, que yo nunca hablo con nadie, que soy un loco al que nadie escucharía… que lo olvidaré con el tiempo, que no sé ni lo que oí…ni lo que vi…

Se derrumbó, estaba desesperado. No quería decirle que yo no tenía nada que ver, para poder sonsacarle toda la información posible. Y me aproveché de sus temores:

- Adam, si te persiguen desde Menai Bridge, ¿cómo es que aún estás vivo?

- ¿Ves? lo sabía, mi vida pende de un hilo… tú lo sabes todo, sabes que es un milagro que haya llegado hasta aquí… todos lo saben, están por todas partes… tienes que ayudarme, no sé dónde ir…

Uf, se puso demasiado nervioso, parecía que iba a perder el juicio. Decidí no abusar más de su estado. Le preparé una copa mientras le tranquilizaba.

- No, Adam, me refiero a que quizá no te persigan. Yo no tengo nada que ver con esa gente, pero quien fuera tu perseguidor habría tenido mucha paciencia siguiéndote durante tanto tiempo.

- ¿No tienes nada que ver con ellos? ¡O sea, que no me puedes ayudar!

Cada vez estaba más tenso. Al decirle que yo no tenía nada que ver se desorientó completamente.

- No hay nada que hacer, ¡estoy perdido! Son poderosísimos… y tú no puedes ayudarme… aquél relato es real, todo encaja… no serías capaz de imaginar mi perplejidad ante tal espeluznante testimonio y los hechos que lo probaban… Si se supiera sería… sería… pero no, no puedo contártelo, te estaría condenando. Tengo que irme… dónde puedo ir…

Se puso a dar vueltas como un poseso por la estancia. No sabía qué hacer. Yo trataba de tranquilizarle cuando de pronto se paró en seco. Se giró hacia mí con la cara desencajada, pálido como un cadáver y dijo:

- ¡Tú eres uno de ellos! ¡Me habéis tenido a prueba!

Se iba echando hacia atrás como si yo fuera un vampiro al que no quisiera ni rozar, y por fin estalló en locura extrema. Pegó un manotazo en la mesa del recibidor y empezó a correr por la casa como si huyera de mí, exclamando todo tipo de incongruencias.
Me di cuenta de que el manotazo se lo había dado al extraño aparato de música que yo dejé en la mesa aún manchado de sangre. Adam lo había visto y eso le hizo pensar que yo tenía algo que ver en su tormento.

- ¿Pero qué te pasa? Yo no voy a hacerte nada, sólo quiero ayudarte. Ese objeto lo encontré en el bosque, no te va a hacer daño ¿Dónde vas? ¡Baja de ahí!

Estaba subiendo las escaleras del caserón despavorido y gritando:

- ¿De dónde vienes tú? ¡Aún queréis algo de mi antes de matarme! ¡Has venido de otro tiempo a por mí, lo noté la primera vez que te vi! Habéis experimentado conmigo… y con las chicas… no te acerques a mí… estáis confabulados…

Había perdido la razón; algo muy grave le debía haber sucedido para causarle semejante demencia.
Yo iba detrás de él pero él subía un piso tras otro muy rápido, golpeándose con las paredes. Cuando lo pude alcanzar ya era tarde. Había llegado hasta la torre y se había encontrado con la impactante escena que protagonizaba Johanna, colgando a un palmo del suelo, bañada en sangre, sin ojos, los pezones desgarrados y el cuello roto.

Esto ya fue demasiado para él. Para colmo se había resbalado y estaba en el suelo boca arriba, pataleando, rebozándose en la sangre semiseca como un cochino jabalí en el barro, con los ojos a punto de salírsele de las cuencas amoratadas, clavados en el infinito en dirección al martirio.

Cuando quise acercarme para ayudarle no tardó ni un segundo en ponerse en pie y saltar por un vano de la torre.

Llegué al borde y me asomé. Se había dado un primer golpe tremendo de costado en el tejadillo de la tercera planta, cerca del borde. Rebotó como un muñeco inerte y con la poca luz que había pude ver cómo caía al suelo. Por si fuera poco había caído sobre la valla de madera que hay detrás de la cocina. Quedó en una postura espantosa.

Miré hacia arriba y volví a mirar hacia abajo. Miré el reloj.
Tenía un par de tareas de limpieza por delante antes de disfrutar la siguiente pipa esta noche.



...Collector’s.

jueves, 15 de julio de 2010

15 - Rosados manjares

Tras un ligero desayuno a base de pan de centeno con mantequilla me sentí dispuesto para una nueva jornada. Adelia terminó de recoger la mesa y se sentó frente a mi. Su cara mostraba claros signos de cansancio, quizá acentuados por los hechos que venían ocurriendo en el caserón hacía ya varias semanas.

-Adelia, he decidido que necesita un descanso, que creo bien merecido.

En realidad estaba intentando que Adelia se marchara unas semanas a visitar a su familia en Aberystwyth, a un par de días de viaje de la finca.

- No es necesario, señor, sólo estoy algo cansada y no podría dejarlo aquí sin nadie que se ocupe de usted. Es mi obligación.
- Insisto, repliqué. Creo que le vendría muy bien hacer esa ansiada visita a sus tíos. Lleva hablándome de ellos años y es el momento de que se tome unas semanas para dedicarles.
- En realidad es algo que deseo hace tiempo, es cierto. Pero me preocupa que nadie pueda ocuparse de las tareas cotidianas de la casa.
- También he pensado en hacer unas visitas, Adelia. Saldré bastante estos días y no será necesario que se quede. Podré arreglarme, supongo.
- Si ha tomado la decision así sera, pero deje que al menos encargue el cuidado de la casa a Rose, la hija de los Bender.

Me quedé pensando en los Bender. Una familia humilde que vivía a medio camino entre el caserón y el monte de la Reunión. Magnus, el padre, era el encargado de los jardines de la finca. Era un hombre trabajador y agrio. Nunca había intercambiado con él más palabras que las necesarias para el trabajo habitual en la finca. Su mujer, Roseline, era amiga de Adelia desde que yo puedo recordar. Se dedicaba a las labores de su casa ayudada por Rose, la hija de los Bender.

- Me parece Buena idea, Adelia, así no tendrás que trabajar el doble a tu regreso. Haz que vengan a verme Roseline y su hija. Les pagaré bien.

Al decir esto note como un cosquilleo me recorría las entrañas.

Adelia se levantó de la mesa y, al cruzar la puerta que daba a la cocina le espeté: “Marcharás esta tarde, Adelia. Prepara tus cosas y manda preparar el carro y los caballos” “Y que vengan a verme mañana los Bender”
Adelia se giró, me hizo un gesto de afirmación y salió de la estancia.

El día transcurrió tranquilo. Adelia estuvo ocupada preparando sus cosas para el viaje, con lo que yo aproveché para dirigirme de nuevo a la torre.

Subí las escaleras parándome para contemplar de nuevo la colina del Silencio, lo que me hizo pensar en Johan. Cada vez me sentía más identificado con mi abuelo, a pesar de no haberle conocido le notaba muy cerca.

Me paré ante la puerta de entrada a la estancia de la torre. Notaba un ligero olor almizclado, el olor dulzón de la sangre. Abrí la puerta entrando despacio mientras observaba la escena. Johanna colgaba totalmente desnuda de la viga a un escaso palmo del suelo. Su rostro consevaba un extraño gesto retorcido que deformaba sus facciones. Sus ojos, aún abiertos, habían perdido el brillo con el que llegaron anoche. Pensé que era triste que hubiera desaparecido la expresividad que habían tomado al ser aderezados con el vino. El cuerpo aparecía teñido de rojo de cintura para abajo por la sangre que habiá manado de sus entrañas. En cambio sus pechos conservaban un ligero color rosado, concentrado en sus pezones erectos debido al rigor mortis. Decidí que eran preciosos, como sus ojos, y no estaba dispuesto a que putrefacción acabara con esa maravilla.
Cogi su cabeza por la nuca con una mano y con la otra hundí mis dedos en la cuenca de sus ojos. Primero el derecho, que salió sin mayor esfuerzo. Después saqué el izquierdo con la misma maña. Di un paso atrás y observe la escena. La erección regresó cuando saqué el cuchillo y corté el nervio que aún los sostenía sobre su cara, que había dejado de ser hermosa. Agarré un pecho apretándolo mientras cortaba su pezón, después hice lo mismo con el otro.

Me encontraba de pie frente a ella con mi entrepierna abultada, el cuchillo en una mano y sus ojos y pezones en la otra. Solté el cuchillo, me senté en el sillón de orejas y me desnudé.

Al dejar caer la ropa escuché como golpeaba mi chaqueta en el suelo y reparé en el extraño aparato que encontré en el bosque. Lo recogí y puse de nuevo sobre mis oídos los dos extraños círculos que iban atados al objeto. Al pulsar el botón definido con un triángulo de costado empezaron de nuevo las extrañas melodías.

“ I´M COMING DOWN FAST BUT DON´T LET ME BREAK YOU
TELL ME, TELL ME, TELL ME THE ANSWER
YOU MAY BE A LOVER BUT YOU AIN´T NO DANCER
LOOK OUT! HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
LOOK OUT! HELTER SKELTER “

Al concentrarme en la melodía que escuchaba empecé a sentir cierto mareo. Miraba fijamente a la desdichada Johanna y, como inducido por los alaridos del trovador que gritaba a través del maligno objeto, me metí en la boca las dos rosadas galletas que acababa de cortar de los pechos de la chica.
Para cuando acabó esa música incomprensible para mí me encontraba tumbado en el suelo, sobre la sangre semiseca, masticando esos manjares y con los ojos azules de Johanna en mis manos.

Me levanté, recogí mis ropas y, tras conseguir tragar toda la carne que había en mi boca, me vestí guardando los ojos de la mujer en mis bolsillos. Salí de la estancia y mientras bajaba la escalera pensé en el serio problema que tendría con Alan por todo lo ocurrido en la torre.

- Tendré que acabar también con él, me dije.

lunes, 12 de julio de 2010

14 - La chica de Adam

Adelia hizo preparar la mesa. La chica que hoy se ocupaba de la cocina se puso manos a la obra aunque claramente contrariada. A estas horas seguramente tendría todo preparado para irse a casa, ahora con los planes desbaratados era probable que tuviera que caminar sola hasta el pueblo ya entrada la noche.

Mi impresión se confirmó al constatar que la comida consistía en algo de fiambre frío, pan y una fuente con frutas. No era precisamente un manjar elaborado pero me servía, sólo necesitaba aplacar mi estómago y poco más.

Una vez comenzamos a cenar Adelia se dispuso a contarme todo lo que conocía de Johan. Ella le conoció ya mayor así que poco pudo contarme de su infancia. Hasta donde conocía pasó una infancia completamente normal, fue a los pocos meses de cumplir la mayoría de edad cuando comenzó aquella búsqueda, por llamarlo de alguna manera. Seguramente recogió el testigo de la locura que arrastra mi familia desde hace muchas generaciones.

Después de media hora de escuchar el parloteo de Adelia llegué a la conclusión de que no iba a sacar nada en claro, al menos en aquel momento. Después de la preocupación y del robo no era capaz de dar pie con bola así que decidí terminar y dejar que Adelia descansara y se perdiera en la rutina durante unos días. A la larga esto ahorraría más tiempo que presionarla para que sacara forzadamente un puñado recuerdos inconexos.

Mientras esto ocurría yo no iba a ser menos, también me relajaría y prepararía la estrategia que me permitiera sacar de Adelia toda la información que fuera capaz de recordar.

- Adelia, creo debemos descansar. Por ahora no vamos a pensar en esto. Manda llamar a un recadero. Que visite a Adam y le entreguen este sobre. Ofrece una buena paga, no me gustaría tener que esperar o que el mensajero se pierda por el camino. -

- Señor no creo que sea buena idea, hace poco estuvieron preguntando... - Sus ojos de repente reflejaron un gran temor - Tranquilízate, ya lo hablé con el alcalde, ahora haz lo que te digo. -

En menos de media hora salía un mensajero a todo galope hacia Menay Bridge. Portaba mi carta para Adam. Dentro del sobre sellado viajaba mi encargo y un buen fajo de billetes, suficiente para tener contento a aquel cabrón cuya amistad siempre era mejor tener de tu lado.

Menay Bridge es la ciudad más importante de la zona. No es que sea la más grande pero es muy populosa y atrae a mucha gente procedente de otras partes para embarcar rumbo a sus sueños, la mayoría hacia América. No son pocos los que lo consiguen pero una buena parte no logra su plaza hacia la felicidad. Algunos no tienen dinero para el pasaje, otros son timados en el propio puerto y también están los que se juegan lo poco que traen en cualquier taberna. El peor destino siempre les espera a las mujeres. Sus maridos desaparecen o si bien llegan solas son rápidamente atraídas por desalmados como Adam. Éste es el peor hombre que uno puede encontrarse, conoce el interior de las personas con una simple mirada a los ojos. No diré cómo lo conocí, sólo que en cuanto hablamos me ofreció algo que no pude rechazar. ¿Cómo pudo mirar tan profundamente dentro de mi alma? Yo mismo no pude imaginar que aquello fuera para mí una suerte de droga. Después de aquella noche quedé entregado de la misma forma en que se entregan al opio algunos viajeros que visitan oriente.

Adam tiene un ejército de chavales que recorren los peores barrios de Menay Bridge y se dedican a reclutar chicas. Suelen ser jóvenes recién llegadas a la ciudad que se ven perdidas y sin más opción que aceptar la primera mano que les ofrece ayuda. Atrapadas sin remedio en la trampa que Adam les tiende no tardan en trabajar en los prostíbulos que se arraciman en el puerto y en las afueras de la ciudad. De vez en cuando alguna de estas chicas tiene suerte y es enviada fuera del burdel para cumplir encargos especiales de ciertos hombres adinerados. Suelen volver con regalos que Adam les permite quedarse. De esta forma alimenta su esperanza de hacer dinero y poder salir del infierno que encontraron por querer volar.

Con la cantidad de dinero que le envié no dudaba que al día siguiente, antes del atardecer, tendría mi... encargo.

Pasó la noche y el día siguiente sin que Adelia y yo nos dirigiéramos la palabra. Después del almuerzo, mientras ella hacía las labores rutinarias yo disfrutaba de una copa de brandy traído de una bodega española para mí y el alcalde de Ynys. Pude ver que en uno de sus viajes por el pasillo Adelia ahogó con un respigo un grito. Al mismo tiempo escuché golpear la puerta. Como últimamente a Adelia no le gustaban mis encargos fui yo el que abrió la puerta. Era el mensajero con una chica de no más de veinticinco años. Detrás de ellos, al pie de la escalera, estaban caballos. Uno de ellos todavía portaba el equipaje de mi invitada. Con una exagerada reverencia el mensajero nos presentó. Le ordené traer el equipaje mientras le entregué la mitad que faltaba de su paga. En menos de un minuto el equipaje estuvo junto a la señorita y el mensajero había desaparecido con los caballos camino de las cuadras.

La presentación fue más bien un gruñido así que rompí el hielo. - Buenas tardes señorita, es maravilloso tener compañía, seguro que alegrará la casa durante su estancia. Puede llamarme Señor Alecar. - Debía ser la primera vez que salía Menay Bridge en mucho tiempo. Deslumbrada por la presencia imponente de la finca primero y la casa después apenas pudo decir palabra. - Bu... bu... buenas tardes, soy Francesca me manda Adam. - Me ocupé de su maleta y la llevé a una habitación del primer piso para que se refrescara. - Si me lo permite me dirigiré a usted por el nombre de Johanna. - No se sorprendió, simplemente asintió y caminó tras de mi hasta su habitación.

Le indiqué donde quería que se presentara para cenar pues de momento prefería la soledad de la biblioteca. Adelia me pidió estar ausente esta noche. Yo accedí a cambio de que dejara preparado todo para pasar la velada en compañía de la joven recién llegada.

A la ahora acordada esperé sentado a mi invitada, cuando llegó serví la comida y comenzamos a cenar. Poco a poco se fue sintiendo más cómoda. Estuvo hablando de su vida, de sus compañeras, de cómo Adam había conseguido el vestido que llevaba esta noche. Era una charla despreocupada, inocente, me sorprendió la manera en que era capaz de alegrar la casa.

Para cuando terminamos de cenar ella estaba un poco alterada por el vino. Me aseguró mil veces que era el mejor vino que jamás había tomado, no dudé ni por un instante que eso fuera cierto y que esta era la cena más lujosa a la que había asistido. También recordó lo afortunada que se sentiría al volver junto a Adam y que le daría las gracias por esto. Mientras dejaba que el vino hablara por su boca me levanté y le pedí que me siguiera. Ella se reía por el pasillo y hacía comentarios sobre los cuadros de mis antepasados. Al final del pasillo nos encontramos a las puertas de la capilla. Con un poco de pesar la mandé callar. Entramos y al pasar junto al altar le pregunté - ¿Tienes algún pecado del que te arrepientas? No me gustaría que estuvieras fuera de la gracia de Dios. - Al principio se asustó un poco, comprendo que no es una pregunta habitual para alguien que va a la cama con una señorita como ella.

Pasado el primer impacto volvió a su risita algo alcoholizada y se dejó guiar a través de la puerta que franquea el paso a la escalera de la torre. Subimos por la escalera de caracol hasta una estancia sobriamente decorada. Es una estancia de paso que da pie a seguir por las escaleras hasta la parte más alta de la torre.

Durante un momento miré por una tronera a la Colina del silencio. Si no es porque estaba atento casi se desnuda de sopetón al darme la vuelta. - No, no, no... las chicas guapas deben hacerse rogar Johanna. - Me apetecía jugar un poco con ella antes de empezar. Le indiqué que ocupara un sillón de orejas que había en un rincón de la estancia. A la luz de las mil velas que había dejado Adelia repartidas por toda la torre Johanna parecía una diosa. Su vestido permitía ver dibujado un talle estrechísimo. El vuelo de su falda, larga hasta los tobillos, insinuaba unas piernas infinitas y bien formadas. Era joven, la edad no se había cebado todavía con su hermosura. Cruzó las piernas y aparecieron por la parte de debajo de la falda unos zapatitos de charol que por su aspecto debían haberlos usado mil chicas de Adam.

Me acerqué y coloqué sus brazos sobre los del sillón. La colonia barata que usaba no lograba enmascarar el olor de su piel. A través del vestido que emanaba una mezcla de sudor, nervios, excitación. Era buena actriz porque mientras me acercaba a ella pude sentir su respiración en el cuello. - Señor. - Me susurró al oído. De repente noté que la erección llegaba. Tranquilizando mis nervios pasé los labios por su cuello mientras sujetaba sus brazos firmemente. Los solté para que se levantara. Muy despacio empecé a abrir el vestido. No tenía mangas así que cuando hube abierto el último botón Johanna hizo un movimiento de cadera que lo hizo caer al suelo.

Esto me excitó aún más. Se alejó de mí un par de pasos. Las llamas de las velas reflejaban una diabólica danza sobre su piel que me empujó a abalanzarme sobre ella. No llevaba nada bajo el vestido. Sólo le quedaban los zapatitos. Consciente de la impresión que había hecho en mi ánimo se acercó lentamente y de un empujón me sentó en el sillón. ¡Cómo movía sus caderas a cada paso! Se inclinó sobre mí y dejó que sus pechos jugaran ante mi cara. Con una sonrisa pícara dejó que acercara la boca y pudiera disfrutar de aquel manjar que me ofrecía.

Con manos expertas me abrió la camisa, se deshizo de los tirantes y antes de que pudiera darme cuenta me tenía desnudo de pie junto a ella. Me mostró sus dientes con un mohín desvergonzado. Para entonces yo ya estaba tremendamente excitado. Me cogió de las manos y suavemente me llevó a la cama donde se ofreció abriéndome su cuerpo. Una hora después de esto todavía no había recuperado el aliento por completo. Ella estaba despierta a mi lado y me acariciaba el mentón suavemente.

Una vez estuve recuperado me puse los pantalones y me eché los tirantes sobre la piel desnuda. Me acerqué a ella, estaba sonriendo, parecía relajada y feliz tumbada en la cama. Seguramente esperaba alguno de esos regalos caros que hacen los hombres ricos a las chicas como ella. No lo pensé ni un segundo, descargué mi puño contra su cara. El tremendo golpe casi la hace perder el sentido. Más que terror, en su mirada había desconcierto. ¿Qué ha pasado, por qué haces esto? decía su mirada. - Te ofrecí la oportunidad de hacer las paces con Dios antes de subir.- Su nariz rota era como una fuente de líquido rojo. Cogí fuertemente su mano y a rastras la subí hasta la parte de arriba de la torre. Me di prisa pues no quería que manchara de sangre más de lo necesario.

Al llegar arriba de la torre la até de manos a una viga que atraviesa de lado a lado la estancia. Sus pies apenas tocaban el suelo con las puntas de los dedos. Volvía a estar tremendamente excitado, parecía que iba a hacer estallar los pantalones y eso me gustaba. Introduje un paño que había por ahí en su boca, había empezado a gritar y era desagradable, siempre me ha crispado los nervios. Con mucha parsimonia encendí la chimenea e introduje un sello dentro. Lo hacía deliberadamente para que Johanna pudiera ver lo tenía pensado para ella. Con unas tenacillas y un par de velas encendidas me acerqué a ella. Abría los ojos desmesuradamente, los imaginé saltando de las órbitas y rebotando por el suelo. Un vez a su lado me arrodillé frente a ella tomé delicadamente sus pies y le anudé una cuerda alrededor de los tobillos. Los cabos que sobraban quedaron atados a sendas argollas que están instaladas en el suelo. Con la misma delicadeza con que até sus tobillos tomé sus deditos redondos y uno a uno los cercené con las tenacillas. Cada corte era limpio y apenas sangraba.

Después de eso me dirigí a la chimenea donde el sello brillaba rojo. Removí las ascuas y me volví hacia Johanna. Me miraba como si todavía no entendiera lo que estaba pasando, pasé un rato observando su cara, así era hermosa. Volví a acercarme y dispuse dos platillos de te bajo sus pies, que ahora colgaban sin tocar el suelo. Encendí dos velas y las coloqué en los platillos. Las llamas, de un color amarillo intenso que danzaban acariciadas por la corriente, lamian las plantas de los pies de Johanna haciéndola enloquecer de dolor.

Creo que a estas alturas ya sabía que no iba a caminar nunca más. Con el sello dibujé sobre su vientre un círculo. Todavía no me explico cómo logró sacarse el pañuelo de la boca, dio lo mismo porque aterrada y dolorida como estaba ya no era capaz de gritar. En el centro del círculo hinqué el sello que se marcó con ganas sobre su piel. Volví a dejar el sello, esta vez junto a la chimenea, había terminado de marcar.

En la estancia había una alacena en la que guardo todavía algunas armas de cuando mi familia se dedicaba a guerrear. Son muy antiguas pero aún conservaban los filos a puto. Elegí una daga corta. Probablemente perteneció a una mujer, era ligera y el mango de asta estaba bellamente labrado. No tenía nada que ver con las pesada armas de guerra, simplemente era perfectamente femenina.

Volví junto a la bella Johanna, otra Johanna más. Hundí con delicadeza extrema la daga bajo el vientre procurando un corte profundo pero no demasiado. Lo justo para que se desangrara lentamente y no perdiera la consciencia hasta casi el final de todo.

A la mañana siguiente, recién aseado saludé a Adelia que aún seguía con el gesto torcido. - Algún día alguien vendrá y ...- Me dijo. - Tranquila, Adam se encargará de que no la echen de menos. Por cierto, la chimenea de la torre permanecerá encendida durante unos días. -

jueves, 17 de junio de 2010

13 - El viaje

Adelia ha debido estar preocupada y respira profundamente al verme entrar en el caserón. Me dirige al comedor y pretende que desayune, pero mi estomago está resentido y apenas pruebo bocado. Percibe que tengo intención de levantarme de la mesa e intenta cuidarme:

- Ahora deberá descansar, tiene el baño preparado por si desea asearse.

- Adelia, no he llegado a Ynys.  Bueno, en realidad llegué a la villa de Ynys y entré en la taberna, pero no apareció la gente habitual… por la mañana no tuve valor de ir al centro del pueblo, después de la noche tan extraña que he pasado. No he podido encontrar respuestas, sino que traigo más confusión aún.

- Pero entonces al menos habló con alguien ¿qué le ha pasado?

Hago una pausa mientras selecciono lo que no quiero contar. No le hablaré de la invocación en el bosque ni del mendigo.

Normalmente Adelia no estaba al tanto de los detalles de mis elucubraciones, aunque es muy perspicaz y como suelo preguntarle a menudo sobre nuestros antepasados, conoce perfectamente mis inquietudes sobre los intrigantes fenómenos que acontecen en el lúgubre caserón familiar. Últimamente muestra mayor interés, aporta algo más que ayuda en las investigaciones sobre el pasado de nuestras familias, ligadas en torno a estas tierras desde donde está escrito.

Sin dar demasiados detalles y con excesiva prisa, quiero explicarle no sólo los hechos, sino también las sensaciones que había sentido y que aún dejan rastro en mi ánimo:

- Al pasar por el bosque ya noté algo extraño. Me perdí.

- Pero si conoce el bosque como la palma de su mano.

- Era otro sitio, Adelia. La niebla me desorienta siempre, pero esta noche estoy seguro de que aparecí de pronto en otro sitio, no sé cómo.  Era un claro en el bosque, iluminado a pesar de la luna nueva… un sitio que debe estar muy lejos de aquí porque conozco bien los alrededores y jamás lo había visto. Al cabo de un rato, no sé cómo, volví a aparecer en el camino y continué.

Prefiero omitir que, arrastrado por la inexplicable sensación de acudir a una peligrosa cita, llegué al claro entre los árboles y me introduje sin dudar dentro de la figura dibujada con guijarros en el suelo. Aún más me avergonzaría contarle que pronuncié palabras del libro escrito por el misterioso C.P.B. con la misma letra que la letanía de la tumba de mi abuelo, y que en un alarde de valentía e incredulidad ofrecí mi lealtad eterna buscando algún tipo de protección.

- Le tengo dicho que no abuse de la pipa.

Me sale una carcajada. Si le llego a contar todo pensaría que he perdido el juicio de verdad. Pero es una broma, Adelia suele hacerme reír. Es fácil hablar con ella porque incluso con los asuntos más peliagudos es capaz de crear un ambiente distendido.

- No bromeo… y eso sólo fue el principio.

- ¿Y por qué no volvió a casa? No sería para tanto, no se debió asustar mucho.

- La verdad es que ni lo pensé, no sé en qué pensaba… hubo un buen rato en que lo hice todo por instinto, de pronto eran las doce y llegué a la taberna. Allí pasó algo muy raro, creo que me drogaron.

Su expresión cambió al decir que me habían drogado.

- ¿Que le drogaron? ¿En la taberna de Molly? ¿Y la gente no hizo nada, no estaba Gill, ni Molly o Alan, nadie de la parroquia, ni el grupo de los…

- ¡Tranquila Adelia! Que estoy bien. Ya digo que no apareció la gente habitual, ni siquiera estaba Molly. Fue muy extraño.

Quizá Adelia pueda encontrar alguna lógica que a mí se me escapa en torno a todo lo sucedido. Sé que debo explicarle todo poco a poco, pero me atropellan mis propias palabras:

- Adelia, hablaron de mi abuelo. Creían que yo estaba inconsciente pero lo oí todo. Necesito que me cuentes…

- ¿Quién habló de su abuelo? Explíquese poco a poco.

Más despacio, describo mis recuerdos borrosos, le hablo del tuerto y los otros hombres de la taberna. Adelia se mantiene expectante y con su silencio me invita a seguir hablando.

- Necesito que me expliques en qué estaba metido mi abuelo. Hablaron de una máquina a la que tenían un respeto enorme, y de unos influjos a los que yo había estado sometido. A mí me debieron drogar porque pensaban que yo sé algo, supongo que sobre mi abuelo. Decían que queda poco tiempo y hablaban de prepararme e instruirme, pero no sé para qué.

Saco el objeto que encontré junto a la ermita y se lo enseño a Adelia.

- Lo encontré junto a la ermita del bosque, cuando venía hacia aquí. No creo que sea la máquina a la que se referían.

Lo examinamos durante un rato, le enseño la música que se escucha al accionar el mecanismo y poner los extremos del hilo cerca de los oídos. Lo aparta de un manotazo, no parece gustarle mucho. Da vueltas al objeto sobre la mesa, como si buscara colocarlo en alguna postura, y de pronto afirma:

- Hay un objeto parecido a este dibujado en un libro de la biblioteca, estoy casi segura. Está lleno de dibujos de objetos extraños, y creo que uno se parece a éste. Es uno de los libros que estaban en el baúl de Johan, los que llevamos a la biblioteca cuando murió. Es de los pocos libros que guardaba en casa. Me extrañaría que usted no lo hubiera visto, precisamente hace poco revolvió toda la biblioteca.

Mientras habla, nos estamos dirigiendo a buen paso hacia la biblioteca. Adelia camina con decisión, parece saber exactamente donde se encuentra el libro. Seguramente yo lo habría hojeado alguna vez, no debe quedar aquí casi ningún libro que no se haya merecido al menos un vistazo en alguna noche de insomnio, pero ahora no lo recuerdo. Coloco la escalera donde ella me indica, me aparta y se sube de un salto.

Al momento exclama:

- ¡No está! Estaba aquí, estoy segura. Parece que hay un hueco. Sí, faltan más libros, este estante estaba lleno y ahora hay varios huecos. ¡Alguien se ha llevado varios libros! ¿Ha sido usted?

- Baja, no te vayas a caer. Mira, alguien ha entrado esta noche; ayer no dejé el cajón de la mesa abierto y no creo que hayas sido tú.

Aún desde arriba Adelia responde:

- Ya sabe que yo no suelo tocar su mesa. Hasta donde alcanzo a ver desde aquí, el polvo del resto de estanterías está intacto, sólo hay huellas recientes en ésta… han venido directamente a por estos libros.

Adelia baja de la escalera y entre los dos revisamos rápidamente la biblioteca, comprobando a primera vista que no falta nada más. En el cajón parece estar todo, tan sólo hay material de escritura. Probablemente han entrado por una ventana, no veo desperfectos pero estos ventanales grandes se abren con facilidad. Eso siempre que se logre llegar hasta ellos sin llamar la atención del personal de la finca ni alborotar a los animales.
Me pregunto quién habrá sido:

- El autor del robo no ha debido ser ninguno de los hombres de la taberna. Por lo que hablaron entre ellos, deduje que creían tener todos los documentos de mi abuelo, aunque no les era suficiente. Adelia, ¿recuerdas de qué trataba ese libro del dibujo, o alguno de los otros que faltan? ¿los leíste?

- No, creo que apenas hojeé el del dibujo del artilugio mientras ayudaba a colocarlos en las estanterías. Hace mucho tiempo, yo era una niña. El título decía algo de un viaje, por eso lo abrí mientras descansaba un momento, pensando que hablaría de lugares interesantes. Tenía muchas notas escritas entre renglones y en los márgenes de algunas páginas. A lo largo del libro aparecían dibujos de objetos que no indentifiqué, con formas muy rectas y aristas suavizadas, algunos con ribetes y protuberancias con símbolos geométricos grabados como el que usted ha traído. Los otros libros que faltan no los recuerdo.

- Así que trataba de un viaje… ¿pero a dónde?

- No lo sé. Pensé que esos objetos se encontrarían en el lugar objeto del viaje, pero no vi de qué lugar se trataba. Por lo que recuerdo todo el libro parecía estar lleno de consejos y advertencias sobre situaciones muy extrañas. Una página describía una especie de ritual de adiestramiento, con instrucciones para unos ejercicios mentales de preparación. En una de las notas en que reparé, se aconsejaba no perder la calma si los lugares conocidos llegaban a volverse irreconocibles, o algo así. No lo entendí, lo dejé en el estante y continué colocando libros.

Ambos intentamos atar cabos. Quiero que Adelia me cuente todo lo que recuerde sobre los asuntos de mi abuelo, pero antes organicemos las ideas…

- Puede que quien entrara aquí anoche viniera del bosque, y al pasar por la ermita perdiera el artilugio que yo recogí. Sería mucha casualidad que la misma noche que he encontrado el objeto, alguien se tomara la molestia de robar un libro con dibujos de ingenios similares y no tuviera nada que ver…

A Adelia le cambió la cara:

- ¡Claro, el bosque! Ahora recuerdo que en el libro había una hoja suelta, intercalada entre las páginas con un mapa dibujado, y reconocí el bosque en ese mapa. Estaba suelto, ¡puede que aún esté en el estante!

Subimos corriendo a la escalera, cada uno por un lado y levantamos los tomos que quedan alrededor de los huecos donde antes descansaban los libros ahora robados. Doblado y manchado, aparece un papel con un mapa dibujado.

Es un mapa de esta zona, antiguo y sin mucho detalle pero se reconoce perfectamente el pueblo, el bosque, la Colina del silencio e incluso se distingue el área donde está el panteón familiar. No parece tener nada de especial, salvo una marca en una zona del bosque alejada del camino, a bastante distancia del pueblo. Señalando la marca en el mapa digo:

- Cerca de esta zona me perdí. Pero que yo sepa, allí no hay nada más que algunos peñascos salteados entre la frondosidad del bosque, al menos en un par de horas a la redonda. No me pareció que me alejara tanto del camino como para llegar a esta marca, aunque en realidad también perdí la noción del tiempo.

Adelia, que estaba sacando sus propias conclusiones dice:

- Quien sea que haya robado los libros, probablemente llevaba consigo ese artilugio y eso quiere decir que venía del bosque o iba hacia allí. La ermita está de paso yendo hacia el punto marcado en el mapa, así que quizá fuera o viniera de allí.

- ¿Vendría de hacer el enigmático viaje del que parece tratar el libro robado?

Antes de que pueda lanzar al aire otra pregunta de las muchas que me surgen, Adelia un tanto exaltada se me adelanta:

- ¿Y qué tiene todo esto que ver con lo que le ha sucedido esta noche en la taberna de Molly? ¿Y con su interés de estos días de ir a Ynys? ¿Qué es lo que buscaba?

Resistiéndome a la necesidad de contarle las experiencias místicas que había sufrido en el panteón y en el bosque, en parte debido a mi propio escepticismo y en parte por ocultar la atrocidad que habían traído consigo, hago un esfuerzo por que ambos nos tranquilicemos e intento tomar las riendas de la situación.

- Adelia, ahora estoy muy cansado y no creo poder explicar nada coherente. Por favor, me gustaría comer, se ha hecho tarde.

- Es cierto, discúlpeme. Se me ha pasado la hora completamente…

- No, está bien. Comamos, luego descansaré un poco. Quizá mañana visite esa zona del bosque a plena luz del día. Pero antes me gustaría que me contaras todo lo que recuerdes sobre mi abuelo.

...Collector’s.

domingo, 30 de mayo de 2010

12 - Curioso hallazgo

A buena velocidad atravesé el puente de piedra que daba salida al pueblo por el bosque. Aún no recordaba como llegué hasta el pueblo tras mi trato con el ser al que invoqué. No podía tener la certeza de que los hombres de la taberna no fueran tras de mí. A pesar de eso tenía que confiar en Haizun, él sabría llevarme a casa.

¿A quién más habría invocado anoche? parece que los asuntos que traté despertaron la atención de más gente. Además está el sueño con la gente de bata blanca, ese tuerto endemoniado que a veces parecía querer matarme y otras me velaba como una madre. Por más que intento darle un sentido a todo esto, cada vez se me antojaba más lejano entender algo. ¿Cual sería la máquina de que hablaban durante mi sueño?

No conseguía sacar nada en claro, estaba cansado, me dolían las costillas a cada tranco de Haizun. Lo mejor sería llegar a casa y poner en orden los sucesos de esta noche. En estas cábalas me encontraba cuando se abrió paso entre la espesa oscuridad de la noche la brisa helada que anuncia la madrugada. Era la hora en que la noche se acaba, en la que los viejos mueren, cuando los demonios ya han acabado su festín, cuando los seres de otros mundos regresan a sus hogares. Una agradable sensación de seguridad me envolvió seguro de que, por ahora, nadie me perseguía.

Tiré levemente de las riendas ralentizando así la marcha, algo que mis costillas agradecieron. El sol anunció su presencia y los pájaros, como heraldo de la mañana, se encargaron de despertar la vida que por el día inunda el bosque.

Al pasar junto a unas rocas que formaban una pequeña ermita pude observar algo que no debía estar allí. Un objeto brillante con aspecto de metal pulido. Desmonté y con precaución lo tomé para examinarlo. En un flanco tenía tres botones con inscripciones que jamás había visto. En el lado contrario una rueda. Junto a esa rueda un hilo flexible que en su mitad se bifurcaba y en cada extremo una pieza redondeada.

A su contacto un golpe de luz sacudió mi cabeza, fue algo parecido a un recuerdo. Estaba tumbado en una camilla, varias personas vestidas con batas blancas. Una de ellas manipulaba un aparato parecido al que acababa de encontrar. Sé que es imposible pero estaba otra vez dentro del sueño que había tenido horas antes. Ahora estaba recordando detalles en los que ni siquiera había reparado. Casi instintivamente mis manos repitieron lo que había visto en este recuerdo imposible. Apliqué las piezas redondeadas a mis oídos, pulsé todos los botones hasta que...

...
Well, shake it up, baby, now, (shake it up, baby)
Twist and shout. (twist and shout)
C'mon c'mon, c'mon, c'mon baby, now, (come on baby)
Come on and work it on out (work it on out)
...

¿Era posible esto que estaba oyendo? ¿Era esa la máquina que tanto preocupaba a esta gente? Volví a montar y a pesar del dolor que sentía en las costillas hice trotar a Haizun. Con esa extraña música metida en mis oídos. Esos instrumentos que no sonaban a nada que hubiera escuchado antes. La estridente manera de cantar de aquel enloquecido me trajo la imagen de un tipo espasmódico moviendo la cabeza como si quisiera sacudirse de encima la larga melena descuidada.

Cómo pesaban las emociones de la noche. Afortunadamente ya era de día. Haizun trotaba ligero y podía reconocer no muy lejos la silueta familiar de la Colina del Silencio. Me quité de un tirón los extremos del hilo y recuperando los sonidos del bosque me dirigí a casa.

miércoles, 19 de mayo de 2010

11 - Regreso

Un manto de oscuridad me envuelve, el vacío me está llenando hasta el punto de la agonía. Aún soy consciente de mi mismo y creo que muero. Veo la luz de la habitación a lo lejos, hundido en el negro absoluto. Todo se apaga y noto como mi cuerpo inerte flota en la nada. Siento el deseo de regresar cuando vuelve a aparecer la luz, que miro fijamente con los ojos completamente abiertos. La luz se agranda, primero poco a poco, después más rápidamente. Asciendo a una velocidad de vértigo viendo que la oscuridad desaparece hasta que por fin vuelvo de nuevo a la habitación.

Jadeando, sudoroso y mareado vuelvo a ser yo. Estoy a salvo de lo que fuera que hay allí abajo, en el fondo del abismo. Reviso mi cuerpo tocándolo con mis manos, que ya puedo controlar a voluntad y me tranquilizo. Me incorporo en la cama aún algo mareado y apoyando mi cabeza sobre las manos.

Tras unos minutos me siento mucho mejor y decido levantarme. Logro ponerme en pie, tambaleándome. Veo mis pertenencias sobre el pequeño aparador junto a la puerta y me acerco a cogerlas. Me cuesta andar, estoy desorientado, mis movimientos son erráticos.

- Cuando te recuperes, baja. Te esperan.

Por un momento pienso que vuelven las alucinaciones, si es que eran eso. No he reparado en el tuerto, que lejos de la luz del candil, reposa sentado en la silla junto a la ventana. Le miro, ya con el cuerpo casi recuperado, y cojo mis cosas. Aún me cuesta andar, de lo que se da cuenta el cíclope infernal que ha velado mi viaje y, levantándose, me rodea con su inmenso brazo despegándome del suelo sin ningún esfuerzo. Con mi tronco sobre su hombro bajo las escaleras cual saco de patatas de modo que en cada escalón mi tripa golpea en los huesos del abominable sujeto produciéndome una irrefrenable necesidad de vomitar. Por fin llegamos al último escalón y me deposita de pie en el suelo. Siento como su hubiera bajado las escaleras rodando, más mareo y un intenso dolor en las costillas.

Al entrar en el salón de la taberna me sorprendo al comprobar que no hay nadie. -¿Quién me espera? – pregunto al tuerto, que, sin mediar palabra me señala una puerta al fondo de la taberna.

El gigante se va escalera arriba y yo me quedo parado, sin comprender nada. Desaparece en la oscuridad del piso superior mientras yo me dirijo a la puerta. Más temeroso que nada golpeo tres veces en la madera. No obtengo respuesta, con lo que empujo la puerta descubriendo una sala sólamente iluminada por la luz que parece salir de una abertura en el suelo. Me acerco y comprueba que es el hueco de una escalera de piedra en forma de caracol, bastante ancha y con lo que parecen símbolos paganos esculpidos en la pared. La cruz zodiacal, pentagramas, discos solares…

Criado en la fe católica, estos símbolos me dan ciertos escalofríos, y mucho respeto. Me debato entre el miedo y la curiosidad, y con la experiencia de esta noche decido que el miedo gana. Con un tremendo escalofrío pongo rumbo a la salida, dando la espalda a la escalera. Inevitablemente giro la cabeza ya en el umbral de la puerta, viendo que la luz de la escalera de piedra se altera, como si el fuego que la alumbra se moviera. Alguien parece subir. El pánico me engulle y, aunque todavía siento debilidad, acelero mi paso en dirección a la salida de la taberna, no sin antes cerrar rápidamente la puerta encajando un taburete de madera en el tirador.

Oigo un golpe en la puerta y no puedo más que seguir adelante lo más deprisa que puedo. Al pasar junto al acceso al piso superior veo de reojo como el tuerto se dispone a bajar hacia mi. Corro hacia la salida, perdiendo el equilibrio, tropezando, dando todas las pistas de mi huida. Se apresura a bajar las escaleras cuando yo alcanzo la puerta de salida, que abro con una mano mientras desenfundo mi perfecto cuchillo de 9 pulgadas. Al ver mi intención de usarlo, el cíclope para en seco. Parece que me deja salir, me teme. Me pregunto que hace a ese hombre temer a alguien debilitado y con la mitad de peso que él.

Me alejo sin dar la espalda al horrible tuerto, sin fiarme y con más ira que miedo ahora. Deseo sacarle el otro ojo, aún a sabiendas que ha estado velando por mí durante mi experiencia.

Escucho tras de mi los cascos retumbantes de Haizun sobre el empedrado, que trota hasta detenerse a mi lado. Si dejar de mirar al monstruo subo al caballo, blandiendo aún el temible cuchillo. Haizun gira sobre si mismo, dirigiéndose al puente y, con un golpe de estribo, pongo rumbo al bosque de vuelta a casa completamente a oscuras mientras pienso en todo lo ocurrido.

viernes, 14 de mayo de 2010

10 - La máquina

¿Qué me está pasando? ¿Dónde estoy?

El sonido ambiental que a menudo pasa desapercibido se acaba de transformar súbitamente en un silencio brutal…

Un millón de pensamientos atraviesan mi mente de un lado a otro con violencia y descontrol, como si quisieran salir de mi cabeza. Estoy sordo, ¿he sentido la onda expansiva de una explosión? Me atraviesa como un rayo el recuerdo de los peligrosos juegos cuando era niño, con la pólvora que robábamos al paso de los carros de mercancías que transitaban por el camino principal a través del bosque.

No, no estoy sordo, oigo mi corazón fuerte y rápido, estoy asustado como un perro… y un zumbido, oigo un zumbido cada vez más fuerte acompañado de un dolor de cabeza agudo. Si sigue aumentando no lo podré aguantar. Estoy desorientado, miro al frente y los ojos me dan un vuelco, creo que se me quieren poner en blanco. Hago un esfuerzo y veo al hombre de la cicatriz muy lejos, como si estuviera mirando por un catalejo al revés… ¿Dónde estoy? Ah sí, sigo en la silla del comedor de la taberna de Molly, reclinado hacia atrás, inmóvil, estoy mareado, veo en blanco y negro… y borroso. Pero al menos aún puedo ver algo, en la zona tímidamente iluminada por las velas parece que cada vez hay más gente... diría que algunos son muy ancianos… me duelen las cuencas de los ojos al intentar enfocar, bailan caras en mi mente… no reconozco ninguna.

Algo de toda esta pesadilla me resulta familiar… ah sí, los excesos con la pipa y los licores en ocasiones me han producido efectos similares, sensaciones de desvanecimiento alternándose con instantes de cristalina claridad, mientras un mareo general distorsiona mis sentidos. A veces he tenido alucinaciones tan reales que aún dudo si sólo las imaginé, hay brebajes que han alterado mi mente hasta transformar el sonido del viento en cien mil jinetes al galope, y otros me han hecho ver cómo crecen las plantas y se abren las flores en plena noche invernal. He sentido por la espalda golpes y susurros que me han hecho girar sobre mí mismo dando manotazos al aire como un loco en la oscuridad; incluso una vez creí haber sorteado a la propia muerte, sin más armas que mi pericia. Pero ahora me encuentro mal de verdad. ¿Me habré intoxicado? ¿Qué he comido? No, temo que haya intención… ¡me han drogado!

Un nerviosismo estéril recorre mi cuerpo, sólo por dentro porque soy consciente de que no estoy moviendo ni un músculo. El hecho de no tener fuerzas para moverme me está alterando aún más, me siento atrapado en mi cuerpo, como enterrado en vida.

Me hablo a mí mismo - mantén la calma, recuerda tantas ocasiones en las que no tuviste medida con hierbas y mejunjes, sabes que lo mejor es tranquilizarse, todo va bien… respira, ya pasó el dolor de cabeza.

Sigue el zumbido pero ahora además oyes voces muy lejanas. Mira a tu alrededor, apenas ves pero hay gente importante. Lo notas por los gestos borrosos de algunos, que se desviven por complacer a otros, pero nadie parece haber reparado en ti. Ya te estás alterando otra vez. Están lejos, bañados por la luz titilante de las velas y el fuego, y tú estás en penumbra. Estate tranquilo.

Al relajarme un poco me doy cuenta de que llevo un rato oyendo frases sueltas…

-…. no podemos consentir que salga del círculo ahora… vuestra colaboración es vital… por su propio bien, y el de todos… no se nos puede ir de las manos…si aún hay tiempo, instruidle poco a poco…

¿De qué hablan? Un individuo alto de pelo largo y gris es el que está hablando… sigo sin ver apenas nada, y el estómago me da vueltas… lleva algo en la mano que podría ser un báculo y una especie de capa larga… afino la vista… los demás están a su alrededor, deben ser diez o doce… parecen muy pequeños al lado del hombre de la capa. Más que respeto diría que le temen, se acercan a él como si siguieran levemente algún protocolo apenas perceptible.

-¿Ha sufrido los influjos?

Es el hombre alto, le está preguntando al tuerto de la cicatriz en tono autoritario.

- Creo que sí, tengo entendido que ha matado a un mendigo. Pero no he tenido tiempo de oírlo de su propia voz porque estaba tan sediento que ha tomado demasiada dosis y ha perdido el conocimiento. Se ha dado un golpe en la cabeza.

Se refieren a mí, creen que estoy inconsciente… y no se equivocan demasiado, prácticamente lo estoy… caería en un profundo sueño si no tuviera este dolor en el estómago…

- Entonces no sabemos si lo intuye.

- Creo que no…

- ¿Crees? ¿Crees? ¡Aquí sólo creemos lo que sabemos! Y ahora todo lo que nos ha llevado siglos construir está en juego y tú dices que crees. Tenemos que estar completamente seguros o decidirán pararlo todo, ¡pararán la máquina!

Crece un murmullo entre los presentes, y continúa:

- De cualquier modo tendremos que mostrárselo por completo, siempre será mejor guiarle que negarle la realidad.

El hombre alto está hablando con tal contundencia que nadie esperaría una réplica, claramente es el superior de los otros. Todos parecían inquietarse ante la idea de que detuvieran el funcionamiento de algún artilugio, como si su vida dependiera de ello.

- ¿Qué motivos hay para que pueda intuir algo?

El tuerto parece disfrutar de un trato especial, se permite replicar al hombre alto sin que éste entre en cólera.

- ¿Es que acaso no sabes que Johan hizo experimentos por su cuenta?

- Sí, pero y eso que t...

- No lo sabemos, pero es posible que lograra avances importantes. Aún se puede llevar a un estadio superior, infinitamente superior. Lo que nosotros sabemos no es nada comparado con lo que pudo averiguar.

- Tenemos sus escritos.

- No todo está escrito en papel. Él es su nieto, su sangre. También le buscarán…

Mientras me señala, resuenan las últimas palabras del hombre alto en el comedor. Mi estómago cobra vida en una convulsión y comienzo a vomitar con gran estruendo. Todos me miran mientras me retuerzo apoyándome en la mesa. Para mi sorpresa el tuerto viene a asistirme con mucho interés, no parece que me quieran hacer daño.

Esa droga me está matando, me encuentro fatal. Me trae una bebida espesa, y se vuelve hacia el hombre alto.

- ¿Le preguntamos? Ya se está despejando, ahora dirá la verdad.

- Llévale a dormir. Mañana no recordará ni qué cenó.

El tuerto, con su enorme cicatriz y el ojo blanco me coge en vilo y me lleva escaleras arriba a un dormitorio. Aún sin una mano se desenvuelve perfectamente, debe tener una fuerza enorme. Me deposita en la cama y sale de la estancia.

Cuando subíamos las escaleras pude ver como abajo se estaban sentando todos alrededor de una mesa.

Nada más irse el tuerto, dejo de notar el colchón bajo mi espalda y siento que caigo al vacío. Inconsciente o dormido, me da igual.

...Collector’s.

martes, 4 de mayo de 2010

9 - Extraña reunión

Con los párpados pesados y la cara del mendigo aún en la mente me arrellano en mi rincón. Por fin se acerca la camarera que con aire pícaro deja entrever su escote mientras me sirve más vino. Complacido le doy las gracias. En ese momento se oyen los gritos de la pareja que estaba sentada en la mesa de la entrada. Ella le propina una sonora bofetada y deja a su acompañante sentado a la mesa, solo y con la marca de la mano dibujada en el rostro.

Sentado en la mesa que está junto a la escalera que da paso a las habitaciones estaba un hombre. No había reparado en él en todo este rato. Con una mano sujetaba una jarra de cerveza, la otra era un muñón escondido en la manga de su abrigo. Una cicatriz surca su rostro desde la frente hasta la mejilla izquierda. Su ojo izquierdo, en mitad de la trayectoria de la cicatriz, es una esfera lechosa capaz de inquietar al hombre más templado.

No hay nadie más en la taberna, es pronto para los parroquianos. A estas horas están terminando la jornada. Algunos ya cenan en sus cocinas. Otros azotan a sus mujeres con el cinturón antes de acudir a casa de Molly. Ellas temen más el regreso que la partida.

El hombre de la cara cortada no me quita ojo de encima. Su ojo sano parece conocer de donde vengo. Envestido con la seguridad que me fue otorgada en el círculo de piedras decido sentarme a su mesa.

- Tu abuelo me encargó que te guiara. -

Sin extrañarse ni dirigirme saludo me dijo esta enigmática frase. ¿De que hablaba? Mi primer impulso fue soltarle a bocajarro lo de la inscripción que encontré en el panteón familiar y lo del libro de mi abuelo. Afortunadamente pude reprimirme, no estaba dispuesto a ponerme en manos del primer lunático que se me presentara.

- Estoy buscando al viejo enterrador. Seguro que viene a menudo por aquí. - Le dije esperando que lo conociera. - Esta noche has convocado a mucha gente, algunos hace muchos años que no vienen. Pero ya habrá tiempo de que los conozcas a todos. Esta reunión ha sido esperada durante mucho tiempo. -

No podía saber si este tipo era un loco o si sabía de qué estaba hablando. Se hizo un silencio incómodo.

Aproveché para llamar a la camarera. A fin de cuentas no había cenado y con el estómago lleno se piensa mejor. Para mi sorpresa no vino Molly. Un rollizo camarero con las espaldas de un toro y el pelo grasiento cayendo sobre la frente se presenta junto a la mesa. Parecía nervioso, echaba miradas furtivas a la puerta mientras le pedía tocino frito algo del guiso que ambientaba el establecimiento, pan y una jarra llena de vino.

Pude observar que el hombre de la pareja que discutía ya se había marchado. Sólo quedábamos el extraño de la cicatriz, el camarero y yo. Ya era tarde, los habituales del Molly debían de haber llegado. Mientras esperaba la comida se me hizo un nudo en el estómago al comprobar cómo el fuego de la chimenea dejaba de crepitar al igual que las llamas de las velas que servían de iluminación languidecían hasta apagarse. De la cocina ya no llegaba el ruido de los cacharros. De la calle ya no llegaba el sonido del río. Un silencio pesado como una lápida se abrió paso entre las mesas del salón hasta que sólo pude escuchar mis propios latidos.

miércoles, 21 de abril de 2010

8 - El harapiento


Parado sobre el puente, erguido sobre Haizun observo la luz que sale por debajo de la puerta de la posada de Molly. Me tomo un respiro antes de decidirme a entrar mientras enciendo de nuevo mi pipa rebosante de hierba. Un cojeante haraposo se acerca y me implora una limosna. Aunque ni siquiera le dirijo la mirada el haraposo insiste con su mano extendida y hace ademán de tocar el morro a Haizun, que con un resoplido se levanta sobre sus cuartos traseros. El haraposo echa un paso atrás mirando fijamente a los ojos del solemne corcel, que al volver con sus patas al suelo acerca su hocico al miserable mugriento. Como un rayo sale despavorido tropezando en el empedrado a la vez que grita ¡maldito caballo del diablo!

Lejos de sentir lástima siento que la ira se apodera de mi. Con un golpe de talones Haizun arranca imprimiendo toda la fuerza de sus músculos sobre el empedrado, lanzado hacia el mendigo que nos maldice. Puedo oler el miedo del harapiento al ver que un ariete de más de 1500 libras de peso se cierne sobre su deformado cuerpo. Intenta apartarse de la trayectoria del caballo, pero en el último momento Haizun corrige su carrera, asestando un golpe seco sobre el cuerpo de tan miserable existencia. El harapiento vuela mientras sus costillas crujen y, como un pelele, rueda por el borde del río hasta caer boca abajo en las gélidas aguas.

Me siento pletórico, invencible, poderoso. Algo me ha transformado, pues no siento remordimientos ni culpa. – Lo tenía merecido, susurro a Haizun mientras acaricio su cuello. – Nadie le echará en falta.

Con paso lento, cobijado en a niebla y terminando mi pipa me dirijo a la puerta de entrada de la taberna. Desmonto y estiro mi traje de seda, dejando salir los puños bordados de mi camisa tejida de tul blanco. Haizun desparece en la niebla encaminándose al prado al otro lado del río. No me preocupa, pues el corcel sabrá cuando le espero para mi regreso.

Es el momento de entrar. A pesar de ser un hombre tranquilo, un ratón de biblioteca, no siento nervios ni temor. Sé que la taberna durante la noche es un nido de alimañas, pero me siento protegido, inmortal. Tres golpes de aldaba anuncian mi presencia. Sin casi esperar la puerta se abre ante mí. Una imponente dama de impresionante melena roja me recibe con una sonrisa, que le devuelvo mientras observo sus rebosantes senos embutidos en el corsé.

- Bienvenido a la casa de Molly.
- Gracias. Me alojaré esta noche, si es posible.
- Adelante, póngase cómodo mientras le preparan la estancia.
- Perfecto. Tomaré vino mientras tanto.

La mujer desparece por el pasillo que se sitúa a la izquierda de la entrada. Es angosto y oscuro, solamente iluminado por la luz que se cuela desde el hall. Me fijo en las caderas de la mujer mientras se pierde en la oscuridad cuando una mano se planta sobre mi hombro. Normalmente me hubiera sobresaltado, pero estaba tan absorto en esas caderas que podrían haberme pinchado sin notar nada.

Al girar la cabeza veo ante mí el rostro del mendigo harapiento, que extiende su mano frente a mi cara mientras me sujeta por el hombro. Sus ojos están inyectados en sangre y balbucea palabras ininteligibles que parecen reverberar en mi cabeza como si de una gruta se tratara. Instintivamente echo mano a mi cuchillo de 9 pulgadas. En ese momento escucho de nuevo a la mujer.

– Señor, su llave y su copa de vino. Tome sitio y disfrute de la noche.

La mujer se fija en mi mano, que sostiene el afilado cuchillo. De repente el harapiento ha desaparecido sin dejar rastro, se ha esfumado.
Guardo el arma, cojo la llave y la copa de vino, que bebo de un sólo trago. Me dirijo al final de la sala, donde hay un pequeño espacio adornado con alfombras y cojines. Sólo está ocupado por una jovenzuela de ojos verdes gigantes acompañada de un fornido hombre que sostiene una narguila humeante. Opio, pienso y tomo asiento para esperar a que me sirvan más vino. Mientras espero vuelvo a prepararme una pipa de hierba y aprovecho para escribir un verso.

Opio, que transformas la esencia
del hombre más tranquilo.
Colgando dejas de un hilo
la razón y la existencia.
El poder de tu influencia
toma mi mente con sigilo
y en tu orbe das asilo
dejando “el todo” en ausencia

Ahora en tu blanco abismo
me hundo sin preparativo,
condenado al ostracismo.
Viaje que es bautismo
en otro plano sensitivo
de abrumante acromatismo.

jueves, 15 de abril de 2010

7 - Necesito protección

Me despide Adelia que apoyada en la balaustrada de la escalinata. No pudo evitar que me fijara en el rosario al que se aferraba. Sus oraciones no son escuchadas en la noche de la finca... ni del bosque.

Al franquear la puerta de la verja un respingo de Haizun casi me hace caer. Supongo que el caballo, igual yo, fue acariciado por la levísima brisa de aire helado que de un golpe cerró la puerta tras nuestro paso. Aún con el latigazo del miedo recorriendo mi espalda me vuelvo y observo que por primera vez la puerta que franquea la entrada a la finca está cerrada.

El tiempo se echa encima y tengo que dar un rodeo antes de llegar al pueblo. Así, con el miedo metido en los huesos, un tembloroso Haizun y yo nos encaminamos a la taberna de Molly. Llegados a los pies de la Colina del Silencio salgo del camino. Necesito conseguir algo para mi reunión en el pueblo, algo que no se guarda en casa, mi cita está apunto de acudir.

En la noche cerrada la oscuridad del camino se transforma dentro del bosque. Aquí los árboles, que parecen cobrar vida, se burlan jugueteando con sus ramas. Forman sombras danzantes que a la luz de mi antorcha se reflejan en una bruma tan espesa que se puede cortar. Haciendo caso omiso a los quejidos de Haizun penetro en la niebla sorteando las ramas más bajas. Guiado por no se qué instinto llego, sin apenas ser consciente de ello, a un claro del bosque. No hay bruma. A pesar del profundo cielo negro sin estrellas ni luna no necesito la antorcha. Una claridad que no viene de ninguna parte permite ver dentro del claro del bosque. Unos metros más allá, entre los árboles, la bruma forma un espeso muro

Nunca he estado aquí. Recuerdo que cuando era niño he recorrido este bosque mil veces con el despreocupado afán de aventura que tenemos en la infancia. Cada rincón me es conocido, cada roca, cada sendero, pero hoy, sin saber cómo, he llegado a este lugar. Es como si el bosque, sabedor de mi reunión, hubiera preparado esta habitación hecha de bruma y cielo abierto.

Desmonto para observar el lugar. Sobrecogido, compruebo que como describía uno de los capítulos del misterioso libro de mi abuelo en el centro del claro hay un símbolo. Formada a base de guijarros una estrella de cinco puntas que encierra un pentágono en su interior. Todo ello delimitado por un círculo. Penetro en el centro del pentágono con cuidado de no pisar las piedras que forman la figura, no me gustaría romper el círculo protector.

Con lo pies bien plantados en el suelo, los ojos cerrados y con más miedo que otra cosa, recito las palabras que se describen en el libro de mi abuelo.

- Agión, Tetragram, vaycheen, stimilamato y ezpares, retragammaton oryoram irion erglión existión eryona onera brasin movn messia, soler Emmanuel Sabast Adonay -

Tras unos instantes de espera una luminiscencia nacida del suelo sobre el se forma la figura, inunda todo alrededor del círculo.

- ¿Quien eres? ¿Que motivo te lleva a sacarme de mi morada? -
- OH Señor de todas las cosas que no se ven soy ese que necesita protección, por ese motivo te invoco. -
- ¿Tienes algo que ofrecer? -
- Sólo dispongo de mi lealtad. -
- Entonces que tu lealtad sea lealtad eterna. -

Y dicho esto me vi caminando con las riendas de Haizun en la mano. Lo guiaba sobre el puente que da entrada a Ynys. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Haizun parecía sereno. Las campanas de la iglesia que eran testigos del paso del tiempo decían que eran las doce. ¿Era eso posible?

martes, 13 de abril de 2010

6. Ynys

Me doy cuenta que el alba empieza a despuntar sobre el Monte de la Reunión cuando por fin acabo la lectura de tan misterioso libro. Son un compendio de cantos y rituales en diversos idiomas y distintas caligrafías. Entre los versos aparecen pequeños relatos de sacrificios, asesinatos y bacanales escritos en tinta roja con el mismo puño y letra que la letanía en la tumba de mi abuelo. Parecen los delirios de un loco. Lo más macabro que he leído sin duda. No aparece referencia alguna sobre fechas, lugares o personas. ¿Qué relación podrían tener estas historias con mi abuelo? y ¿quién sería ese misterioso C.P.B?

- Adelia, que preparen a Haizun. Marcharé al ocaso y pasaré la noche fuera.

- ¿Dónde va? Preguntó Adelia con preocupación al saber que cabalgaría de noche.

- He de ir a Ynys, me alojaré en la posada de Molly.

- Señor, ese sitio…

- Lo sé, Adelia, dije sin dejar que terminara de hablar. Sé que es peligroso, pero allí se sabe todo y tengo preguntas que necesitan respuestas. Por favor, que tengan el caballo preparado al anochecer.

La taberna de Molly está en la villa de Ynys, a un par de horas de camino a través del bosque que empieza tras la colina del Silencio. En la posada se reúnen gente de lo más variopinta de las comarcas alrededor. Delincuentes, proscritos, furcias, artistas, escritores, comerciantes, incluso de vez en cuando algún noble se deja caer para disfrutar de los más bajos placeres que allí se ofrecen. Vino, mujeres y opio.

Paso el día descansando a sabiendas que la noche será larga. A pesar de mi costumbre a trasnochar esta vez será muy diferente y me pregunto que me esperará allí. Necesito encontrar a alguien que reconozca las siglas de la dedicatoria. Estoy seguro que es la misma persona que escribió la letanía tras la lápida. Si pudiera encontrar al viejo enterrador seguro que podría ayudarme. El tuvo que tener algún contacto con ese C.P.B, al menos tuvo que verle en el entierro de mi abuelo Johan. Pero ni siquiera sé si aún vive.

Empieza a atenuarse la luz. Tengo que atravesar el bosque y, aunque la noche no es mi momento favorito para adentrarme por sus caminos, tengo que partir ya si quiero llegar a tiempo a la taberna. Mi caballo está listo y ensillado. Llevo todo lo necesario. Algunas monedas, mi cuchillo doble filo de 9 pulgadas de hoja, mi encendedor de mecha, mi querida pipa y algo de hierba para llenarla. También cargo sobre el lomo de Haizun unas antorchas para iluminarme camino a Ynys, pues el bosque es espeso y hoy es noche de luna nueva.

Sin perder más tiempo me despido de Adelia, que me repite una y otra vez que ande con mucho cuidado, no sin razón. Monto sobre Haizun, que resopla impaciente por salir. Aún parado saco mi pipa y la lleno rebosante de hierba. Con un golpe de estribos Haizun se pone en marcha y pongo rumbo al bosque al trote mientras exhalo el humo azul de mi pipa llena de verde.

...Kuurus

5 - La dedicatoria

Todavía no se cómo pero de repente me vi cabalgando sobre Haizun que espoleado salvajemente galopaba colina abajo. Con cientos de voces -Báculo de exiliados...- entonando la letanía en mi cabeza -lámpara de inventores...- apenas era consciente de que volaba como una aparición entre los vecinos que trabajaban en los jardines -Confidente de ahorcados...-. Con la cara lívida, los ojos fuera de las órbitas y la expresión de la locura dibujada en mi rostro llegué la entrada de la casa -¡Oh Satán, ten piedad...-

No recuerdo que pasó con Haizun, sólo se que bien entrada la noche Adelia, en su infinita preocupación por mí, me sorprendió en la biblioteca. Único testigo de los hechos de la casa tuvo que ver uno de los más penosos espectáculos de que he sido protagonista. Cientos de volúmenes se amontonaban sobre las mesas auxiliares, otros habían volado desde las estanterías hasta el suelo y estaban a la espera de ser consultados. Yo buscaba frenéticamente en absoluto caos alguna referencia a esos versos que hacía años escondía la tumba de mi abuelo.

-¿Se encuentra bien, Señor?- Con la voz de Adelia todos los fantasmas del pasado callaron su voz. Ya en silencio, ante la mirada preocupada de Adelia, fui consciente de que había permanecido, como un animal enloquecido, en la biblioteca durante tres días. Con la mente perdida en los versos que no cesaban de repetirse.

Ordenar de nuevo la biblioteca me llevó una semana. Durante ese tiempo Adelia me impuso un horario disciplinado. Gracias a eso pude poner en claro mis ideas. La suerte quiso que en el transcurso de esos días desviara mi atención sobre un tomo olvidado. Estaba de suerte una vez más, como no, gracias a la cordura que imponía Adelia en el día a día del caserón.

A pesar de las noches que he pasado escudriñando cada rincón de la biblioteca nunca reparé en este tomo. Me sorprendió la dedicatoria que adornaba la primera página:

Con cariño para Johan Alecar.
Amigo.
Intercede por nosotros ante el Ángel Negro.

Firmado: C.P.B.


C.P.B... El libro no presentaba referencias del editor ni del autor, ni tampoco del año, como si hubiera sido impreso sólo para mi abuelo. Pasé la noche devorando cada letra de aquel libro.

...Carbonilla

4 - Letanía

Al introducir la llave me doy cuenta que la puerta está abierta. Por un momento me quedo parado, pensando. Nadie ha podido abrir, la única llave le tengo yo y siempre me aseguro de dejar bien cerrado para evitar que los jóvenes del pueblo puedan entrar y causar destrozos. ¿Me olvidé la última vez? No logro recordarlo, juraría que no. Empujo la puerta para dejar entrar algo de luz mientras las bisagras entonan su tétrica melodía. Un tímido rayo de sol recorre el suelo desde el umbral de la puerta hasta el hueco vacío que albergará el reposo eterno del siguiente miembro de la familia. ¿Seré yo? El resto del panteón permanece oscuro.

Al cruzar el umbral un escalofrío recorre mi espalda. Estiro el brazo para coger la lámpara de aceite que cuelga en la pared de entrada y le doy de nuevo la vida con el encendedor de mecha que siempre llevo para encender mi amada pipa de madera de ébano.

En la sala principal se encuentran las cajas más antiguas. A la derecha, tras la puerta de entrada, está la escalera que baja a la ampliación del panteón. La luz del candil se pierde unos metros más adelante, sin llegar a dar luz al final de la escalera. Me aterroriza pensar que los féretros y figuras que se hallan abajo puedan verme antes que yo a ellos. Me armo de valor y bajo la escalera. Las figuras, los relieves y las cajas empiezan a tomar forma bajo la mortecina luz de la lámpara.

No sé que me trae hasta este sitio, pero aquí estoy. Buscando algo que me pueda ayudar a desvelar los misterios que envuelven mi apellido, mi casa, mi vida.

Me dirijo directamente al ataúd de mi abuelo Johan, ese gran crápula. Sé que en él está la clave. No sé que busco. Cualquier resquicio de su pasado podría ayudarme a dar un desenlace a este asunto.

Acerco la luz al féretro, que parece tapizado de terciopelo gris por el polvo acumulado durante tantas décadas. Una plancha de mármol esconde el epitafio de su tumba. Es ilegible debido a la cantidad de polvo. Saco mi pañuelo de seda blanca para limpiarlo pero al tocar el mármol la placa cae partiéndose en tres pedazos.

-Maldita sea, exclamo. Y al levantar la vista veo que hay algo escrito tras la placa.

Pienso que es el mismo epitafio, que estaría allí antes de poner la placa, como algo provisional. Al acercar el candil puedo ver que no, y leo.

Báculo de exiliados, lámpara de inventores,
Confidente de ahorcados y de conspiradores,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Me levanto sin dejar de mirar el mensaje, estupefacto. Me quedo de pie, mirando esa caligrafía perfecta escrita hace décadas con algún tipo de tinta roja. Me repito una y otra vez esas frases, como un letanía grabada en mi mente. No puedo quitármelo de la cabeza, casi diría que las voces son reales. En cada repetición el volumen se acrecenta. Distingo diferentes timbres. Adultos y niños al unísono. Tengo la sensación de que mi cuerpo pesa el doble. Mis piernas a penas pueden sostenerme, como si las voces cargaran sobre mi espalda.

-Tengo que salir de aquí, es una locura, pienso. Me giro hacia la escalera y salgo corriendo, dejando abajo el pañuelo, la lámpara encendida y los trozos de mármol rotos. La voces desaparecen. Cierro la puerta asegurándome de que el candado no se abre y vuelvo a recoger a Haizun, que me espera comiendo briznas de hierba seca junto al muro exterior.

...Kuurus

3 - La Colina del silencio

Salí de mi ensimismamiento y con buen apetito vacié la fuente de exquisitos panecillos dulces que todas las mañanas Adelia manda subir desde el pueblo.

Sólo Roger, que es el panadero del pueblo y algunos parroquianos más vienen al caserón. En realidad lo hacen por necesidad, la gran extensión del terreno y los cuidados que requiere el edificio mantienen ocupada a una cuadrilla de no menos de cuatro personas cada día. La mayor parte de los vecinos, si pueden, evitan entrar en la propiedad y los que entran no dejan que el ocaso les sorprenda tras la verja que bordea el bosquecillo de la finca.

Es curioso cómo se ven las cosas después de un desayuno generoso. Aunque con el cansancio de mil noches en vela, me siento reconfortado y dejo que Adelia se haga cargo de la mesa. Saludo de nuevo a los cuadros del pasillo que me devuelven el silencio de sus miradas perdidas. Franqueo el portalón de la casa y me recibe una hermosa primavera.

Ya en las caballerizas preparo mi caballo. Un hermoso animal árabe de cinco años, aunque sólo lleva tres en la casa. Conserva algo de ese carácter salvaje que da el desierto y sólo permite que yo lo monte. Cabalgando junto a un pequeño estanque donde las carpas juegan entre nenúfares blancos saludo a un grupo de vecinos que ha venido a reparar los parterres que lo adornan.

Me devuelven el saludo con mezcla de temor y respeto. Normalmente tratan con Adelia pues entregado como estoy a la lectura de los secretos familiares me ven como a uno más de los fantasmas que habitan la casa. Ya imagino sus conversaciones en el bar de Molly, el pub donde algunos vecinos celebran la segunda parte de la misa dominical.

Dirijo los pasos del caballo hacia la Colina del silencio. Un alto desde donde se dominan los prados que con sus pastos tapizan de verde los alrededores del pueblo. No sorprende que este lugar muestre un aspecto de abandono. Fruto de las historias que se cuentan el bar de Molly, este lugar aterra a los vecinos. Nadie excepto yo se atreve a poner el pie en este lugar, ni siquiera Adelia sube a la Colina del silencio.

En la cima, a la sombra de un alcornoque centenario que siempre ha acompañado a los míos en sus despedidas, se encuentra el panteón familiar. Los herrumbrosos barrotes que sellan la portezuela están asegurados por un cerrojo de cuya llave sólo existe una copia. La llevo colgada sobre mi pecho atada con una cadenilla de plata. El panteón es una pequeña edificación de piedra adornada con bajorrelieves inspirados en los delirios que guiaron el pincel de El Bosco. Se adentra en la tierra guardando los cuerpos de aquellos que protagonizaron las historias que me ocupan noche tras noche.

Sembrado de lápidas, la mayoría vencidas por años de abandono, se encuentra el prado que rodea el panteón. Siempre que vengo a este lugar un escalofrío que me sube por la espalda trata de paralizarme mientras desmonto y recorro el camino que, entre las tumbas, me lleva a la entrada.

...Carbonilla

2 - El mensaje

Sentado en la mesa del comedor, mientras dejo enfriar el café, pienso en cuantas ocasiones ha sido esta mesa privilegiado espectador de tantas conversaciones triviales, viejas historias de viajes de mis antepasados, discusiones acaloradas, miradas complices, traiciones, muerte.

Recuerdo la historia que me contó Adelia sobre el final de mi abuelo, Johan, un gran crápula. Esa noche, según cuenta Adelia, la Muerte se materializó como una sombra, una silueta amorfa que se transformaba en una sobrecogedora figura erguida sobre la cabeza de Johan, dispuesta a arrancarle el alma. En el momento que con su guadaña sesgaba la vida de su nuevo compañero, lanzó un mensaje al resto de comensales, que recibieron en su mente sin que una sola palabra rompiera el opresivo silencio que inundaba el comedor. Como si la misma dama de negro les hablara desde el interior de su cabeza. Tú también vendrás. Todos lo haréis, pronto.

El cuerpo de Johan cayó sobre la mesa como una losa. De sus oídos manaba un fluido denso color calabaza mientras sus miembros aún convulsionaban. Copas caídas. Rojo sangre empapando el mantel. Todos quedaron petrificados durante lo que pareció una eternidad. Hasta que un grito desgarrador salió de lo más profundo de Nora, que se lleva las manos en la boca intentando apagar ese horror. Gemidos y llantos ceden su sitio a las preguntas…

Los entonces presentes eran Nora, esposa de Johan; Eudoxio, hijo primogénito; Eric, hijo segundo; Eldrid, hija tercera, mi madre; y Alina, ama de llaves y madre de Adelia, que contaba entonces con 9 años. Adelia no asistió a este terrorífico aconteciemiento, pues entonces asistía a un internado a varias millas de la casa.

Fue a raíz desde aquel suceso cuando empezaron los fenómenos que han atormentado a los huéspedes del caserón durante tantos años, sin que nadie hasta el momento haya podido darle una explicación. Mis hermanos emigraron años después a América en busca de nuevas oportunidades, aunque yo sabía cual era la verdadera razón de su marcha. El miedo. Nunca más quisieron tener noticias referentes al viejo caserón familiar.

Yo, en cambio, decidí que nunca dejaría este lugar sin antes dar respuesta a tantos misterios. Y junto a mi fiel Adelia quedé aquí con ese único propósito.

- El café se enfría, dijo Adelia devolviéndome de nuevo al presente.

...Kuurus

1 - El despertar

Esa mañana, como tantas otras, amaneció y yo ya me encontraba en la biblioteca. Hace años que el despertar del día no me sorprende en mi alcoba entre sábanas. A pesar de eso no puedo quejarme, soy afortunado de poder despertar, aunque sea en mitad de la noche sin apenas descanso. Suelo pasar mis noches de insomnio entre los recuerdos de los acontecimientos que me llevaron a esta vida de reclusión. Sólo acompañado de los fantasmas que se esconden entre las páginas de mis queridos libros y que en ocasiones, cuando abro uno de esos volúmenes, salen a vagar por el caserón familiar. En las noches que los fantasmas quedan dormidos me sumerjo en lecturas más ligeras o me dedico a inspeccionar la casa en busca de los espectros que torturan mi alma desde hace años.

Como es costumbre, Adelia me arranca de mi mismo y con enérgico gesto abre las cortinas que me separan de la mañana. El sol despunta por encima de los árboles que flanquean el camino que recorre la finca donde se enraíza el caserón familiar. Digo enraizar porque la casa ha visto ir y venir épocas y hombres y allí continúa, como si hubiera echado raíces, como parte de de la tierra misma, desde siempre.

Adelia sirve como ama de llaves desde que tengo uso de razón. Lleva la casa con mano de hierro. De gesto adusto y mirada severa sé que me profesa un cariño incondicional. Gracias a sus cuidados y la disciplina con que gobierna la casa he sido capaz de llegar hasta estos días sin perder la cabeza, algo por lo que debo estarle enormemente agradecido.

Después de abrir las cortinas la luz inunda la biblioteca. Necesito un buen rato para acostumbrar mis ojos a la claridad. Este tiempo es el que tarda Adelia en abrir de par en par los ventanales. Sin tiempo para protestar soy puntualmente informado de que el desayuno está servido. Y de esta manera saludo cada mañana al nuevo día, deslumbrado, aterido por el viento vespertino y casi obligado a abandonar la biblioteca. El desayuno está servido.

Como normalmente paso las noches en vela ya me encuentro vestido, aseado y preparado para afrontar el nuevo día. Salgo de la biblioteca y me dirijo por el pasillo hasta el comedor. El pasillo tiene su propio personal de guardia. Varias docenas de retratos de antepasados me observan con los ojos clavados en mis pasos. Siempre me pareció que sus miradas persiguen mis idas y venidas. Algunos de estos familiares me resultan conocidos, los cuadros más recientes pertenecen a personas que yo mismo he llegado a conocer. Otros son los protagonistas de algunos de los libros que cuentan la historia de la familia. Algunos, los menos, han pasado con sepulcral discreción por esta casa. Estos últimos son los grandes desconocidos pero sin duda alguna son los más afortunados.

También flanquean el pasillo un buen número de puertas que dan paso otras tantas estancias que otrora fueran destinadas a usos diversos. Aparte de la biblioteca está la sala de sobremesa, el teatrillo, al fondo hay una capilla con el acceso a la torre principal, el salón de baile, un despacho, la sala de juegos y otras que hace mucho tiempo se olvidaron del esplendor que disfrutaron alguna vez. Llego al comedor. Ahora sólo lo utilizamos Adelia y yo. Tanto tiempo en la casa le ha otorgado la confianza necesaria para que compartamos mesa. Así, acompañado por mi fiel Adelia me siento a disfrutar del desayuno.

...Carbonilla