Iniciativa ALECAR

Franquear esta puerta te adentra en el mundo de ALECAR. Todo lo que aquí leas puede causarte gozo, rechazo, sonrisas, indignación... Tú decides si quieres seguir adelante.

Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

viernes, 16 de julio de 2010

16 - Imprevistos

Mientras me cambiaba las ropas tras lavarme en el palanganero de mi habitación, escuché que Adelia me llamaba.

- ¡Señor, me voy! ¿Dónde está? ¡No trasnoche demasiado! ¡Y no descuide las comidas!

Asomando la cabeza con el torso desnudo, despedí a Adelia deseándole buen viaje, y me aseguré de que había organizado la visita de Roseline y su hija Rose.

Al salir de la habitación tropecé con el artilugio de melodías que estaba entre las ropas sucias en el suelo, manchado de sangre. Lo cogí y lo deposité en la mesa del recibidor, según salía a comprobar que Adelia ya había abandonado el recinto. Una vez fuera cogí agua del depósito que hay al lado del pozo y la eché en la pila de lavar situada en la cara sur de la mansión. Después entré de nuevo en la casa para salir inmediatamente con las prendas manchadas que me había quitado. Las metí en la pila y las dejé allí.

Durante un momento me paré a pensar. Me di cuenta de que cedía el deseo morboso de mostrarme capaz de decidir sobre la vida de otras personas. Esa sensación que había influenciado tanto mi comportamiento estos últimos días se estaba debilitando de nuevo. Iba estando más sereno, dueño de mis actos cotidianos sin la potente necesidad de crecerme ante la realidad y cambiarla drásticamente. Pero volverá, llevaba ocurriéndome ya demasiado tiempo como para creer que esto iba a quedar así.

Hace mucho que ya no me da por pensar en ello. Sin embargo hoy hay algo al fondo de mi mente que me hace revisar el pasado… ¿a qué influjos se referían los hombres que me drogaron en la taberna de Molly? ¿No tendrá algo que ver con los vaivenes cada vez más acusados de mi psique?

Mientras iba fumando de la pipa que me había preparado, cientos de pensamientos se agolpaban en mi mente. Al repasar los últimos acontecimientos la inquietud me sobrecogió. Quizá no estaba todo tan bien como creía.
Adelia siempre me ha sido totalmente fiel, abrumadoramente fiel diría yo, como si no hubiera otra alternativa para ella en esta vida. Además nunca le he dicho ni dejado ver del todo ciertas cosas, y ella no se entromete.
Pero ¿y si hubiera cambiado de actitud sin que yo me diera cuenta, aterrada por alguno de mis actos? ¿Y si ha decidido delatarme y ha ido en busca de ayuda?
Mi corazón palpitaba rápido. No, eso no ocurriría. Aunque no le gustaban muchos de mis comportamientos, nunca había mostrado el más mínimo gesto de miedo ni indignación por nada de lo que había visto, sólo desaprobación en algunos casos. De hecho se sentía segura a mi lado y confiaba en mí. Ella sabía que sucedían cosas que nos amenazaban a todos y que escapaban a nuestro control, y se afanaba en atenderme.

La pipa te enturbia la mente, eso no va a ocurrir. Pero parece que tus actos tampoco te han servido para avanzar en las investigaciones sobre el oscuro pasado de la casa, ni surten efecto alguno, como supuestamente podrían haber producido los extraños rituales en los que el abuelo Johan se debió ver envuelto, a juzgar por algunos de sus escritos. Quizá sólo heredé de su sangre algún tipo de locura.

Estaba totalmente ensimismado en mis pensamientos, sentado en el sillón de orejas, con todos los aparejos de fumar esparcidos por la mesita redonda cuando llamaron a la puerta con soltura. Pensé que sería Adelia que se había dejado algo, así que me acerqué tranquilamente y abrí de forma descuidada.

 Era Adam.
¡Era ADAM!
Subidón de adrenalina. Temblor en los antebrazos. Flojera en las piernas. Presión en la cabeza. La pipa esparcida por el suelo. Hincho el pecho y…

Quizá en otro momento habría actuado con menos raciocinio. Pero me pilló en un estado peculiar, mi lado pragmático prevalecía sobre el instinto. Adam podía ser despiadado, lo sé, pero vi que no mostraba rostro de enfado y me agaché a coger la pipa mientras ganaba tiempo. Casi gritando para disimular el temblor de la primera impresión, dije:

- ¡Adam! Pero… ¿cómo has venido hasta aquí? Si me hubieras escrito habría ido yo a verte.

- No he venido exclusivamente a verte, no te hagas ilusiones. Tenía que resolver unos asuntos y esto me venía de paso.

Entramos, cerré la puerta y nos sentamos en los sillones del enorme recibidor.

- Estupendo, espero que pretendas pasar la noche aquí, tengo todo tipo de comodidades en esta casa.

- No es mi intención invadir tu casa sin previo aviso, mis ayudantes están en la posada del pueblo y en este momento se estarán encargando de mi alojamiento.

- Ya, bueno pues si no tienes una excusa mejor, serás mi invitado esta noche. ¿Quieres tomar una copa?

Parecía ser una visita despreocupada, aunque Adam no era una persona de las que solían visitarte por nada. Con su mirada leía tu mente, estoy seguro de que leyó en mi alma la sorpresa que me llevé al verle. Quizá no fuera buena persona, pero desde luego su conversación era interesante. Tomamos una copa, fumamos, y charlamos de diversos temas. Dimos un paseo por los alrededores de la casa, y después entramos para cenar.

Como no tenía ayuda me disponía a preparar la cena yo mismo cuando Adam me preguntó por la última chica que me envió. Le hice un gesto leve indicando que no volvería. Puso mala cara, chistó y dijo que eso no podía volver a ocurrir:

- Por lejanos que sean, la gente tiene conocidos que tarde o temprano terminan haciendo preguntas. No puedo permitir que mi negocio peligre de esta manera. No te mandaré a nadie más, tendrás que entenderlo.

No se había enfadado mucho. Con lo cruel que le he visto ser en ocasiones, no me esperaba esa actitud. Incluso parecía darle reparo no poder complacerme. Me pareció rarísimo, no sé qué habría visto u oído, pero el tigre implacable hoy parecía un gatito.

La cena fue un tanto sobria, comida recalentada y buen vino, eso sí. Mientras cenábamos me habló francamente:

- Tienes que ayudarme. Cometí el error de escuchar lo que no debía y ahora me persiguen.

- ¿Que te persiguen? ¿Quién? ¿Qué es lo que escuchaste?

- ¡No quieras saberlo! Yo nunca debí oírlo, ojala pudiera olvidarlo. Aunque quizá a ti no te fuera ajeno.

- ¿Cómo? Perdona pero me he perdido algo. Qué me estás…

- Sí, la gente esa con la que andas, creo que son quienes me persiguen. Por eso quizá tú me puedas ayudar.

- Pero vamos a ver, Adam,  ¿de qué me hablas? ¿qué es lo que has hecho?

- Esto no tiene nada que ver ni con la mayor maldad que yo jamás hubiera podido cometer. Escuché un terrible relato de otro tiempo que pude relacionar con decenas de sucesos sin explicación de los que estas tierras llevan siglos siendo testigos. Fue terrible. Lo escuché de boca de quienes se ven contigo en aquella taberna de Molly los días que el resto del pueblo tiene prohibido acercarse.

Parecía que Adam sabía más sobre todo aquello. Con mi silencio le induje a seguir hablando:

- Tienes que decirles que prometo guardar silencio, que yo nunca hablo con nadie, que soy un loco al que nadie escucharía… que lo olvidaré con el tiempo, que no sé ni lo que oí…ni lo que vi…

Se derrumbó, estaba desesperado. No quería decirle que yo no tenía nada que ver, para poder sonsacarle toda la información posible. Y me aproveché de sus temores:

- Adam, si te persiguen desde Menai Bridge, ¿cómo es que aún estás vivo?

- ¿Ves? lo sabía, mi vida pende de un hilo… tú lo sabes todo, sabes que es un milagro que haya llegado hasta aquí… todos lo saben, están por todas partes… tienes que ayudarme, no sé dónde ir…

Uf, se puso demasiado nervioso, parecía que iba a perder el juicio. Decidí no abusar más de su estado. Le preparé una copa mientras le tranquilizaba.

- No, Adam, me refiero a que quizá no te persigan. Yo no tengo nada que ver con esa gente, pero quien fuera tu perseguidor habría tenido mucha paciencia siguiéndote durante tanto tiempo.

- ¿No tienes nada que ver con ellos? ¡O sea, que no me puedes ayudar!

Cada vez estaba más tenso. Al decirle que yo no tenía nada que ver se desorientó completamente.

- No hay nada que hacer, ¡estoy perdido! Son poderosísimos… y tú no puedes ayudarme… aquél relato es real, todo encaja… no serías capaz de imaginar mi perplejidad ante tal espeluznante testimonio y los hechos que lo probaban… Si se supiera sería… sería… pero no, no puedo contártelo, te estaría condenando. Tengo que irme… dónde puedo ir…

Se puso a dar vueltas como un poseso por la estancia. No sabía qué hacer. Yo trataba de tranquilizarle cuando de pronto se paró en seco. Se giró hacia mí con la cara desencajada, pálido como un cadáver y dijo:

- ¡Tú eres uno de ellos! ¡Me habéis tenido a prueba!

Se iba echando hacia atrás como si yo fuera un vampiro al que no quisiera ni rozar, y por fin estalló en locura extrema. Pegó un manotazo en la mesa del recibidor y empezó a correr por la casa como si huyera de mí, exclamando todo tipo de incongruencias.
Me di cuenta de que el manotazo se lo había dado al extraño aparato de música que yo dejé en la mesa aún manchado de sangre. Adam lo había visto y eso le hizo pensar que yo tenía algo que ver en su tormento.

- ¿Pero qué te pasa? Yo no voy a hacerte nada, sólo quiero ayudarte. Ese objeto lo encontré en el bosque, no te va a hacer daño ¿Dónde vas? ¡Baja de ahí!

Estaba subiendo las escaleras del caserón despavorido y gritando:

- ¿De dónde vienes tú? ¡Aún queréis algo de mi antes de matarme! ¡Has venido de otro tiempo a por mí, lo noté la primera vez que te vi! Habéis experimentado conmigo… y con las chicas… no te acerques a mí… estáis confabulados…

Había perdido la razón; algo muy grave le debía haber sucedido para causarle semejante demencia.
Yo iba detrás de él pero él subía un piso tras otro muy rápido, golpeándose con las paredes. Cuando lo pude alcanzar ya era tarde. Había llegado hasta la torre y se había encontrado con la impactante escena que protagonizaba Johanna, colgando a un palmo del suelo, bañada en sangre, sin ojos, los pezones desgarrados y el cuello roto.

Esto ya fue demasiado para él. Para colmo se había resbalado y estaba en el suelo boca arriba, pataleando, rebozándose en la sangre semiseca como un cochino jabalí en el barro, con los ojos a punto de salírsele de las cuencas amoratadas, clavados en el infinito en dirección al martirio.

Cuando quise acercarme para ayudarle no tardó ni un segundo en ponerse en pie y saltar por un vano de la torre.

Llegué al borde y me asomé. Se había dado un primer golpe tremendo de costado en el tejadillo de la tercera planta, cerca del borde. Rebotó como un muñeco inerte y con la poca luz que había pude ver cómo caía al suelo. Por si fuera poco había caído sobre la valla de madera que hay detrás de la cocina. Quedó en una postura espantosa.

Miré hacia arriba y volví a mirar hacia abajo. Miré el reloj.
Tenía un par de tareas de limpieza por delante antes de disfrutar la siguiente pipa esta noche.



...Collector’s.

jueves, 15 de julio de 2010

15 - Rosados manjares

Tras un ligero desayuno a base de pan de centeno con mantequilla me sentí dispuesto para una nueva jornada. Adelia terminó de recoger la mesa y se sentó frente a mi. Su cara mostraba claros signos de cansancio, quizá acentuados por los hechos que venían ocurriendo en el caserón hacía ya varias semanas.

-Adelia, he decidido que necesita un descanso, que creo bien merecido.

En realidad estaba intentando que Adelia se marchara unas semanas a visitar a su familia en Aberystwyth, a un par de días de viaje de la finca.

- No es necesario, señor, sólo estoy algo cansada y no podría dejarlo aquí sin nadie que se ocupe de usted. Es mi obligación.
- Insisto, repliqué. Creo que le vendría muy bien hacer esa ansiada visita a sus tíos. Lleva hablándome de ellos años y es el momento de que se tome unas semanas para dedicarles.
- En realidad es algo que deseo hace tiempo, es cierto. Pero me preocupa que nadie pueda ocuparse de las tareas cotidianas de la casa.
- También he pensado en hacer unas visitas, Adelia. Saldré bastante estos días y no será necesario que se quede. Podré arreglarme, supongo.
- Si ha tomado la decision así sera, pero deje que al menos encargue el cuidado de la casa a Rose, la hija de los Bender.

Me quedé pensando en los Bender. Una familia humilde que vivía a medio camino entre el caserón y el monte de la Reunión. Magnus, el padre, era el encargado de los jardines de la finca. Era un hombre trabajador y agrio. Nunca había intercambiado con él más palabras que las necesarias para el trabajo habitual en la finca. Su mujer, Roseline, era amiga de Adelia desde que yo puedo recordar. Se dedicaba a las labores de su casa ayudada por Rose, la hija de los Bender.

- Me parece Buena idea, Adelia, así no tendrás que trabajar el doble a tu regreso. Haz que vengan a verme Roseline y su hija. Les pagaré bien.

Al decir esto note como un cosquilleo me recorría las entrañas.

Adelia se levantó de la mesa y, al cruzar la puerta que daba a la cocina le espeté: “Marcharás esta tarde, Adelia. Prepara tus cosas y manda preparar el carro y los caballos” “Y que vengan a verme mañana los Bender”
Adelia se giró, me hizo un gesto de afirmación y salió de la estancia.

El día transcurrió tranquilo. Adelia estuvo ocupada preparando sus cosas para el viaje, con lo que yo aproveché para dirigirme de nuevo a la torre.

Subí las escaleras parándome para contemplar de nuevo la colina del Silencio, lo que me hizo pensar en Johan. Cada vez me sentía más identificado con mi abuelo, a pesar de no haberle conocido le notaba muy cerca.

Me paré ante la puerta de entrada a la estancia de la torre. Notaba un ligero olor almizclado, el olor dulzón de la sangre. Abrí la puerta entrando despacio mientras observaba la escena. Johanna colgaba totalmente desnuda de la viga a un escaso palmo del suelo. Su rostro consevaba un extraño gesto retorcido que deformaba sus facciones. Sus ojos, aún abiertos, habían perdido el brillo con el que llegaron anoche. Pensé que era triste que hubiera desaparecido la expresividad que habían tomado al ser aderezados con el vino. El cuerpo aparecía teñido de rojo de cintura para abajo por la sangre que habiá manado de sus entrañas. En cambio sus pechos conservaban un ligero color rosado, concentrado en sus pezones erectos debido al rigor mortis. Decidí que eran preciosos, como sus ojos, y no estaba dispuesto a que putrefacción acabara con esa maravilla.
Cogi su cabeza por la nuca con una mano y con la otra hundí mis dedos en la cuenca de sus ojos. Primero el derecho, que salió sin mayor esfuerzo. Después saqué el izquierdo con la misma maña. Di un paso atrás y observe la escena. La erección regresó cuando saqué el cuchillo y corté el nervio que aún los sostenía sobre su cara, que había dejado de ser hermosa. Agarré un pecho apretándolo mientras cortaba su pezón, después hice lo mismo con el otro.

Me encontraba de pie frente a ella con mi entrepierna abultada, el cuchillo en una mano y sus ojos y pezones en la otra. Solté el cuchillo, me senté en el sillón de orejas y me desnudé.

Al dejar caer la ropa escuché como golpeaba mi chaqueta en el suelo y reparé en el extraño aparato que encontré en el bosque. Lo recogí y puse de nuevo sobre mis oídos los dos extraños círculos que iban atados al objeto. Al pulsar el botón definido con un triángulo de costado empezaron de nuevo las extrañas melodías.

“ I´M COMING DOWN FAST BUT DON´T LET ME BREAK YOU
TELL ME, TELL ME, TELL ME THE ANSWER
YOU MAY BE A LOVER BUT YOU AIN´T NO DANCER
LOOK OUT! HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
LOOK OUT! HELTER SKELTER “

Al concentrarme en la melodía que escuchaba empecé a sentir cierto mareo. Miraba fijamente a la desdichada Johanna y, como inducido por los alaridos del trovador que gritaba a través del maligno objeto, me metí en la boca las dos rosadas galletas que acababa de cortar de los pechos de la chica.
Para cuando acabó esa música incomprensible para mí me encontraba tumbado en el suelo, sobre la sangre semiseca, masticando esos manjares y con los ojos azules de Johanna en mis manos.

Me levanté, recogí mis ropas y, tras conseguir tragar toda la carne que había en mi boca, me vestí guardando los ojos de la mujer en mis bolsillos. Salí de la estancia y mientras bajaba la escalera pensé en el serio problema que tendría con Alan por todo lo ocurrido en la torre.

- Tendré que acabar también con él, me dije.

lunes, 12 de julio de 2010

14 - La chica de Adam

Adelia hizo preparar la mesa. La chica que hoy se ocupaba de la cocina se puso manos a la obra aunque claramente contrariada. A estas horas seguramente tendría todo preparado para irse a casa, ahora con los planes desbaratados era probable que tuviera que caminar sola hasta el pueblo ya entrada la noche.

Mi impresión se confirmó al constatar que la comida consistía en algo de fiambre frío, pan y una fuente con frutas. No era precisamente un manjar elaborado pero me servía, sólo necesitaba aplacar mi estómago y poco más.

Una vez comenzamos a cenar Adelia se dispuso a contarme todo lo que conocía de Johan. Ella le conoció ya mayor así que poco pudo contarme de su infancia. Hasta donde conocía pasó una infancia completamente normal, fue a los pocos meses de cumplir la mayoría de edad cuando comenzó aquella búsqueda, por llamarlo de alguna manera. Seguramente recogió el testigo de la locura que arrastra mi familia desde hace muchas generaciones.

Después de media hora de escuchar el parloteo de Adelia llegué a la conclusión de que no iba a sacar nada en claro, al menos en aquel momento. Después de la preocupación y del robo no era capaz de dar pie con bola así que decidí terminar y dejar que Adelia descansara y se perdiera en la rutina durante unos días. A la larga esto ahorraría más tiempo que presionarla para que sacara forzadamente un puñado recuerdos inconexos.

Mientras esto ocurría yo no iba a ser menos, también me relajaría y prepararía la estrategia que me permitiera sacar de Adelia toda la información que fuera capaz de recordar.

- Adelia, creo debemos descansar. Por ahora no vamos a pensar en esto. Manda llamar a un recadero. Que visite a Adam y le entreguen este sobre. Ofrece una buena paga, no me gustaría tener que esperar o que el mensajero se pierda por el camino. -

- Señor no creo que sea buena idea, hace poco estuvieron preguntando... - Sus ojos de repente reflejaron un gran temor - Tranquilízate, ya lo hablé con el alcalde, ahora haz lo que te digo. -

En menos de media hora salía un mensajero a todo galope hacia Menay Bridge. Portaba mi carta para Adam. Dentro del sobre sellado viajaba mi encargo y un buen fajo de billetes, suficiente para tener contento a aquel cabrón cuya amistad siempre era mejor tener de tu lado.

Menay Bridge es la ciudad más importante de la zona. No es que sea la más grande pero es muy populosa y atrae a mucha gente procedente de otras partes para embarcar rumbo a sus sueños, la mayoría hacia América. No son pocos los que lo consiguen pero una buena parte no logra su plaza hacia la felicidad. Algunos no tienen dinero para el pasaje, otros son timados en el propio puerto y también están los que se juegan lo poco que traen en cualquier taberna. El peor destino siempre les espera a las mujeres. Sus maridos desaparecen o si bien llegan solas son rápidamente atraídas por desalmados como Adam. Éste es el peor hombre que uno puede encontrarse, conoce el interior de las personas con una simple mirada a los ojos. No diré cómo lo conocí, sólo que en cuanto hablamos me ofreció algo que no pude rechazar. ¿Cómo pudo mirar tan profundamente dentro de mi alma? Yo mismo no pude imaginar que aquello fuera para mí una suerte de droga. Después de aquella noche quedé entregado de la misma forma en que se entregan al opio algunos viajeros que visitan oriente.

Adam tiene un ejército de chavales que recorren los peores barrios de Menay Bridge y se dedican a reclutar chicas. Suelen ser jóvenes recién llegadas a la ciudad que se ven perdidas y sin más opción que aceptar la primera mano que les ofrece ayuda. Atrapadas sin remedio en la trampa que Adam les tiende no tardan en trabajar en los prostíbulos que se arraciman en el puerto y en las afueras de la ciudad. De vez en cuando alguna de estas chicas tiene suerte y es enviada fuera del burdel para cumplir encargos especiales de ciertos hombres adinerados. Suelen volver con regalos que Adam les permite quedarse. De esta forma alimenta su esperanza de hacer dinero y poder salir del infierno que encontraron por querer volar.

Con la cantidad de dinero que le envié no dudaba que al día siguiente, antes del atardecer, tendría mi... encargo.

Pasó la noche y el día siguiente sin que Adelia y yo nos dirigiéramos la palabra. Después del almuerzo, mientras ella hacía las labores rutinarias yo disfrutaba de una copa de brandy traído de una bodega española para mí y el alcalde de Ynys. Pude ver que en uno de sus viajes por el pasillo Adelia ahogó con un respigo un grito. Al mismo tiempo escuché golpear la puerta. Como últimamente a Adelia no le gustaban mis encargos fui yo el que abrió la puerta. Era el mensajero con una chica de no más de veinticinco años. Detrás de ellos, al pie de la escalera, estaban caballos. Uno de ellos todavía portaba el equipaje de mi invitada. Con una exagerada reverencia el mensajero nos presentó. Le ordené traer el equipaje mientras le entregué la mitad que faltaba de su paga. En menos de un minuto el equipaje estuvo junto a la señorita y el mensajero había desaparecido con los caballos camino de las cuadras.

La presentación fue más bien un gruñido así que rompí el hielo. - Buenas tardes señorita, es maravilloso tener compañía, seguro que alegrará la casa durante su estancia. Puede llamarme Señor Alecar. - Debía ser la primera vez que salía Menay Bridge en mucho tiempo. Deslumbrada por la presencia imponente de la finca primero y la casa después apenas pudo decir palabra. - Bu... bu... buenas tardes, soy Francesca me manda Adam. - Me ocupé de su maleta y la llevé a una habitación del primer piso para que se refrescara. - Si me lo permite me dirigiré a usted por el nombre de Johanna. - No se sorprendió, simplemente asintió y caminó tras de mi hasta su habitación.

Le indiqué donde quería que se presentara para cenar pues de momento prefería la soledad de la biblioteca. Adelia me pidió estar ausente esta noche. Yo accedí a cambio de que dejara preparado todo para pasar la velada en compañía de la joven recién llegada.

A la ahora acordada esperé sentado a mi invitada, cuando llegó serví la comida y comenzamos a cenar. Poco a poco se fue sintiendo más cómoda. Estuvo hablando de su vida, de sus compañeras, de cómo Adam había conseguido el vestido que llevaba esta noche. Era una charla despreocupada, inocente, me sorprendió la manera en que era capaz de alegrar la casa.

Para cuando terminamos de cenar ella estaba un poco alterada por el vino. Me aseguró mil veces que era el mejor vino que jamás había tomado, no dudé ni por un instante que eso fuera cierto y que esta era la cena más lujosa a la que había asistido. También recordó lo afortunada que se sentiría al volver junto a Adam y que le daría las gracias por esto. Mientras dejaba que el vino hablara por su boca me levanté y le pedí que me siguiera. Ella se reía por el pasillo y hacía comentarios sobre los cuadros de mis antepasados. Al final del pasillo nos encontramos a las puertas de la capilla. Con un poco de pesar la mandé callar. Entramos y al pasar junto al altar le pregunté - ¿Tienes algún pecado del que te arrepientas? No me gustaría que estuvieras fuera de la gracia de Dios. - Al principio se asustó un poco, comprendo que no es una pregunta habitual para alguien que va a la cama con una señorita como ella.

Pasado el primer impacto volvió a su risita algo alcoholizada y se dejó guiar a través de la puerta que franquea el paso a la escalera de la torre. Subimos por la escalera de caracol hasta una estancia sobriamente decorada. Es una estancia de paso que da pie a seguir por las escaleras hasta la parte más alta de la torre.

Durante un momento miré por una tronera a la Colina del silencio. Si no es porque estaba atento casi se desnuda de sopetón al darme la vuelta. - No, no, no... las chicas guapas deben hacerse rogar Johanna. - Me apetecía jugar un poco con ella antes de empezar. Le indiqué que ocupara un sillón de orejas que había en un rincón de la estancia. A la luz de las mil velas que había dejado Adelia repartidas por toda la torre Johanna parecía una diosa. Su vestido permitía ver dibujado un talle estrechísimo. El vuelo de su falda, larga hasta los tobillos, insinuaba unas piernas infinitas y bien formadas. Era joven, la edad no se había cebado todavía con su hermosura. Cruzó las piernas y aparecieron por la parte de debajo de la falda unos zapatitos de charol que por su aspecto debían haberlos usado mil chicas de Adam.

Me acerqué y coloqué sus brazos sobre los del sillón. La colonia barata que usaba no lograba enmascarar el olor de su piel. A través del vestido que emanaba una mezcla de sudor, nervios, excitación. Era buena actriz porque mientras me acercaba a ella pude sentir su respiración en el cuello. - Señor. - Me susurró al oído. De repente noté que la erección llegaba. Tranquilizando mis nervios pasé los labios por su cuello mientras sujetaba sus brazos firmemente. Los solté para que se levantara. Muy despacio empecé a abrir el vestido. No tenía mangas así que cuando hube abierto el último botón Johanna hizo un movimiento de cadera que lo hizo caer al suelo.

Esto me excitó aún más. Se alejó de mí un par de pasos. Las llamas de las velas reflejaban una diabólica danza sobre su piel que me empujó a abalanzarme sobre ella. No llevaba nada bajo el vestido. Sólo le quedaban los zapatitos. Consciente de la impresión que había hecho en mi ánimo se acercó lentamente y de un empujón me sentó en el sillón. ¡Cómo movía sus caderas a cada paso! Se inclinó sobre mí y dejó que sus pechos jugaran ante mi cara. Con una sonrisa pícara dejó que acercara la boca y pudiera disfrutar de aquel manjar que me ofrecía.

Con manos expertas me abrió la camisa, se deshizo de los tirantes y antes de que pudiera darme cuenta me tenía desnudo de pie junto a ella. Me mostró sus dientes con un mohín desvergonzado. Para entonces yo ya estaba tremendamente excitado. Me cogió de las manos y suavemente me llevó a la cama donde se ofreció abriéndome su cuerpo. Una hora después de esto todavía no había recuperado el aliento por completo. Ella estaba despierta a mi lado y me acariciaba el mentón suavemente.

Una vez estuve recuperado me puse los pantalones y me eché los tirantes sobre la piel desnuda. Me acerqué a ella, estaba sonriendo, parecía relajada y feliz tumbada en la cama. Seguramente esperaba alguno de esos regalos caros que hacen los hombres ricos a las chicas como ella. No lo pensé ni un segundo, descargué mi puño contra su cara. El tremendo golpe casi la hace perder el sentido. Más que terror, en su mirada había desconcierto. ¿Qué ha pasado, por qué haces esto? decía su mirada. - Te ofrecí la oportunidad de hacer las paces con Dios antes de subir.- Su nariz rota era como una fuente de líquido rojo. Cogí fuertemente su mano y a rastras la subí hasta la parte de arriba de la torre. Me di prisa pues no quería que manchara de sangre más de lo necesario.

Al llegar arriba de la torre la até de manos a una viga que atraviesa de lado a lado la estancia. Sus pies apenas tocaban el suelo con las puntas de los dedos. Volvía a estar tremendamente excitado, parecía que iba a hacer estallar los pantalones y eso me gustaba. Introduje un paño que había por ahí en su boca, había empezado a gritar y era desagradable, siempre me ha crispado los nervios. Con mucha parsimonia encendí la chimenea e introduje un sello dentro. Lo hacía deliberadamente para que Johanna pudiera ver lo tenía pensado para ella. Con unas tenacillas y un par de velas encendidas me acerqué a ella. Abría los ojos desmesuradamente, los imaginé saltando de las órbitas y rebotando por el suelo. Un vez a su lado me arrodillé frente a ella tomé delicadamente sus pies y le anudé una cuerda alrededor de los tobillos. Los cabos que sobraban quedaron atados a sendas argollas que están instaladas en el suelo. Con la misma delicadeza con que até sus tobillos tomé sus deditos redondos y uno a uno los cercené con las tenacillas. Cada corte era limpio y apenas sangraba.

Después de eso me dirigí a la chimenea donde el sello brillaba rojo. Removí las ascuas y me volví hacia Johanna. Me miraba como si todavía no entendiera lo que estaba pasando, pasé un rato observando su cara, así era hermosa. Volví a acercarme y dispuse dos platillos de te bajo sus pies, que ahora colgaban sin tocar el suelo. Encendí dos velas y las coloqué en los platillos. Las llamas, de un color amarillo intenso que danzaban acariciadas por la corriente, lamian las plantas de los pies de Johanna haciéndola enloquecer de dolor.

Creo que a estas alturas ya sabía que no iba a caminar nunca más. Con el sello dibujé sobre su vientre un círculo. Todavía no me explico cómo logró sacarse el pañuelo de la boca, dio lo mismo porque aterrada y dolorida como estaba ya no era capaz de gritar. En el centro del círculo hinqué el sello que se marcó con ganas sobre su piel. Volví a dejar el sello, esta vez junto a la chimenea, había terminado de marcar.

En la estancia había una alacena en la que guardo todavía algunas armas de cuando mi familia se dedicaba a guerrear. Son muy antiguas pero aún conservaban los filos a puto. Elegí una daga corta. Probablemente perteneció a una mujer, era ligera y el mango de asta estaba bellamente labrado. No tenía nada que ver con las pesada armas de guerra, simplemente era perfectamente femenina.

Volví junto a la bella Johanna, otra Johanna más. Hundí con delicadeza extrema la daga bajo el vientre procurando un corte profundo pero no demasiado. Lo justo para que se desangrara lentamente y no perdiera la consciencia hasta casi el final de todo.

A la mañana siguiente, recién aseado saludé a Adelia que aún seguía con el gesto torcido. - Algún día alguien vendrá y ...- Me dijo. - Tranquila, Adam se encargará de que no la echen de menos. Por cierto, la chimenea de la torre permanecerá encendida durante unos días. -