Iniciativa ALECAR

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Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

martes, 4 de mayo de 2010

9 - Extraña reunión

Con los párpados pesados y la cara del mendigo aún en la mente me arrellano en mi rincón. Por fin se acerca la camarera que con aire pícaro deja entrever su escote mientras me sirve más vino. Complacido le doy las gracias. En ese momento se oyen los gritos de la pareja que estaba sentada en la mesa de la entrada. Ella le propina una sonora bofetada y deja a su acompañante sentado a la mesa, solo y con la marca de la mano dibujada en el rostro.

Sentado en la mesa que está junto a la escalera que da paso a las habitaciones estaba un hombre. No había reparado en él en todo este rato. Con una mano sujetaba una jarra de cerveza, la otra era un muñón escondido en la manga de su abrigo. Una cicatriz surca su rostro desde la frente hasta la mejilla izquierda. Su ojo izquierdo, en mitad de la trayectoria de la cicatriz, es una esfera lechosa capaz de inquietar al hombre más templado.

No hay nadie más en la taberna, es pronto para los parroquianos. A estas horas están terminando la jornada. Algunos ya cenan en sus cocinas. Otros azotan a sus mujeres con el cinturón antes de acudir a casa de Molly. Ellas temen más el regreso que la partida.

El hombre de la cara cortada no me quita ojo de encima. Su ojo sano parece conocer de donde vengo. Envestido con la seguridad que me fue otorgada en el círculo de piedras decido sentarme a su mesa.

- Tu abuelo me encargó que te guiara. -

Sin extrañarse ni dirigirme saludo me dijo esta enigmática frase. ¿De que hablaba? Mi primer impulso fue soltarle a bocajarro lo de la inscripción que encontré en el panteón familiar y lo del libro de mi abuelo. Afortunadamente pude reprimirme, no estaba dispuesto a ponerme en manos del primer lunático que se me presentara.

- Estoy buscando al viejo enterrador. Seguro que viene a menudo por aquí. - Le dije esperando que lo conociera. - Esta noche has convocado a mucha gente, algunos hace muchos años que no vienen. Pero ya habrá tiempo de que los conozcas a todos. Esta reunión ha sido esperada durante mucho tiempo. -

No podía saber si este tipo era un loco o si sabía de qué estaba hablando. Se hizo un silencio incómodo.

Aproveché para llamar a la camarera. A fin de cuentas no había cenado y con el estómago lleno se piensa mejor. Para mi sorpresa no vino Molly. Un rollizo camarero con las espaldas de un toro y el pelo grasiento cayendo sobre la frente se presenta junto a la mesa. Parecía nervioso, echaba miradas furtivas a la puerta mientras le pedía tocino frito algo del guiso que ambientaba el establecimiento, pan y una jarra llena de vino.

Pude observar que el hombre de la pareja que discutía ya se había marchado. Sólo quedábamos el extraño de la cicatriz, el camarero y yo. Ya era tarde, los habituales del Molly debían de haber llegado. Mientras esperaba la comida se me hizo un nudo en el estómago al comprobar cómo el fuego de la chimenea dejaba de crepitar al igual que las llamas de las velas que servían de iluminación languidecían hasta apagarse. De la cocina ya no llegaba el ruido de los cacharros. De la calle ya no llegaba el sonido del río. Un silencio pesado como una lápida se abrió paso entre las mesas del salón hasta que sólo pude escuchar mis propios latidos.