Iniciativa ALECAR

Franquear esta puerta te adentra en el mundo de ALECAR. Todo lo que aquí leas puede causarte gozo, rechazo, sonrisas, indignación... Tú decides si quieres seguir adelante.

Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

domingo, 30 de mayo de 2010

12 - Curioso hallazgo

A buena velocidad atravesé el puente de piedra que daba salida al pueblo por el bosque. Aún no recordaba como llegué hasta el pueblo tras mi trato con el ser al que invoqué. No podía tener la certeza de que los hombres de la taberna no fueran tras de mí. A pesar de eso tenía que confiar en Haizun, él sabría llevarme a casa.

¿A quién más habría invocado anoche? parece que los asuntos que traté despertaron la atención de más gente. Además está el sueño con la gente de bata blanca, ese tuerto endemoniado que a veces parecía querer matarme y otras me velaba como una madre. Por más que intento darle un sentido a todo esto, cada vez se me antojaba más lejano entender algo. ¿Cual sería la máquina de que hablaban durante mi sueño?

No conseguía sacar nada en claro, estaba cansado, me dolían las costillas a cada tranco de Haizun. Lo mejor sería llegar a casa y poner en orden los sucesos de esta noche. En estas cábalas me encontraba cuando se abrió paso entre la espesa oscuridad de la noche la brisa helada que anuncia la madrugada. Era la hora en que la noche se acaba, en la que los viejos mueren, cuando los demonios ya han acabado su festín, cuando los seres de otros mundos regresan a sus hogares. Una agradable sensación de seguridad me envolvió seguro de que, por ahora, nadie me perseguía.

Tiré levemente de las riendas ralentizando así la marcha, algo que mis costillas agradecieron. El sol anunció su presencia y los pájaros, como heraldo de la mañana, se encargaron de despertar la vida que por el día inunda el bosque.

Al pasar junto a unas rocas que formaban una pequeña ermita pude observar algo que no debía estar allí. Un objeto brillante con aspecto de metal pulido. Desmonté y con precaución lo tomé para examinarlo. En un flanco tenía tres botones con inscripciones que jamás había visto. En el lado contrario una rueda. Junto a esa rueda un hilo flexible que en su mitad se bifurcaba y en cada extremo una pieza redondeada.

A su contacto un golpe de luz sacudió mi cabeza, fue algo parecido a un recuerdo. Estaba tumbado en una camilla, varias personas vestidas con batas blancas. Una de ellas manipulaba un aparato parecido al que acababa de encontrar. Sé que es imposible pero estaba otra vez dentro del sueño que había tenido horas antes. Ahora estaba recordando detalles en los que ni siquiera había reparado. Casi instintivamente mis manos repitieron lo que había visto en este recuerdo imposible. Apliqué las piezas redondeadas a mis oídos, pulsé todos los botones hasta que...

...
Well, shake it up, baby, now, (shake it up, baby)
Twist and shout. (twist and shout)
C'mon c'mon, c'mon, c'mon baby, now, (come on baby)
Come on and work it on out (work it on out)
...

¿Era posible esto que estaba oyendo? ¿Era esa la máquina que tanto preocupaba a esta gente? Volví a montar y a pesar del dolor que sentía en las costillas hice trotar a Haizun. Con esa extraña música metida en mis oídos. Esos instrumentos que no sonaban a nada que hubiera escuchado antes. La estridente manera de cantar de aquel enloquecido me trajo la imagen de un tipo espasmódico moviendo la cabeza como si quisiera sacudirse de encima la larga melena descuidada.

Cómo pesaban las emociones de la noche. Afortunadamente ya era de día. Haizun trotaba ligero y podía reconocer no muy lejos la silueta familiar de la Colina del Silencio. Me quité de un tirón los extremos del hilo y recuperando los sonidos del bosque me dirigí a casa.

miércoles, 19 de mayo de 2010

11 - Regreso

Un manto de oscuridad me envuelve, el vacío me está llenando hasta el punto de la agonía. Aún soy consciente de mi mismo y creo que muero. Veo la luz de la habitación a lo lejos, hundido en el negro absoluto. Todo se apaga y noto como mi cuerpo inerte flota en la nada. Siento el deseo de regresar cuando vuelve a aparecer la luz, que miro fijamente con los ojos completamente abiertos. La luz se agranda, primero poco a poco, después más rápidamente. Asciendo a una velocidad de vértigo viendo que la oscuridad desaparece hasta que por fin vuelvo de nuevo a la habitación.

Jadeando, sudoroso y mareado vuelvo a ser yo. Estoy a salvo de lo que fuera que hay allí abajo, en el fondo del abismo. Reviso mi cuerpo tocándolo con mis manos, que ya puedo controlar a voluntad y me tranquilizo. Me incorporo en la cama aún algo mareado y apoyando mi cabeza sobre las manos.

Tras unos minutos me siento mucho mejor y decido levantarme. Logro ponerme en pie, tambaleándome. Veo mis pertenencias sobre el pequeño aparador junto a la puerta y me acerco a cogerlas. Me cuesta andar, estoy desorientado, mis movimientos son erráticos.

- Cuando te recuperes, baja. Te esperan.

Por un momento pienso que vuelven las alucinaciones, si es que eran eso. No he reparado en el tuerto, que lejos de la luz del candil, reposa sentado en la silla junto a la ventana. Le miro, ya con el cuerpo casi recuperado, y cojo mis cosas. Aún me cuesta andar, de lo que se da cuenta el cíclope infernal que ha velado mi viaje y, levantándose, me rodea con su inmenso brazo despegándome del suelo sin ningún esfuerzo. Con mi tronco sobre su hombro bajo las escaleras cual saco de patatas de modo que en cada escalón mi tripa golpea en los huesos del abominable sujeto produciéndome una irrefrenable necesidad de vomitar. Por fin llegamos al último escalón y me deposita de pie en el suelo. Siento como su hubiera bajado las escaleras rodando, más mareo y un intenso dolor en las costillas.

Al entrar en el salón de la taberna me sorprendo al comprobar que no hay nadie. -¿Quién me espera? – pregunto al tuerto, que, sin mediar palabra me señala una puerta al fondo de la taberna.

El gigante se va escalera arriba y yo me quedo parado, sin comprender nada. Desaparece en la oscuridad del piso superior mientras yo me dirijo a la puerta. Más temeroso que nada golpeo tres veces en la madera. No obtengo respuesta, con lo que empujo la puerta descubriendo una sala sólamente iluminada por la luz que parece salir de una abertura en el suelo. Me acerco y comprueba que es el hueco de una escalera de piedra en forma de caracol, bastante ancha y con lo que parecen símbolos paganos esculpidos en la pared. La cruz zodiacal, pentagramas, discos solares…

Criado en la fe católica, estos símbolos me dan ciertos escalofríos, y mucho respeto. Me debato entre el miedo y la curiosidad, y con la experiencia de esta noche decido que el miedo gana. Con un tremendo escalofrío pongo rumbo a la salida, dando la espalda a la escalera. Inevitablemente giro la cabeza ya en el umbral de la puerta, viendo que la luz de la escalera de piedra se altera, como si el fuego que la alumbra se moviera. Alguien parece subir. El pánico me engulle y, aunque todavía siento debilidad, acelero mi paso en dirección a la salida de la taberna, no sin antes cerrar rápidamente la puerta encajando un taburete de madera en el tirador.

Oigo un golpe en la puerta y no puedo más que seguir adelante lo más deprisa que puedo. Al pasar junto al acceso al piso superior veo de reojo como el tuerto se dispone a bajar hacia mi. Corro hacia la salida, perdiendo el equilibrio, tropezando, dando todas las pistas de mi huida. Se apresura a bajar las escaleras cuando yo alcanzo la puerta de salida, que abro con una mano mientras desenfundo mi perfecto cuchillo de 9 pulgadas. Al ver mi intención de usarlo, el cíclope para en seco. Parece que me deja salir, me teme. Me pregunto que hace a ese hombre temer a alguien debilitado y con la mitad de peso que él.

Me alejo sin dar la espalda al horrible tuerto, sin fiarme y con más ira que miedo ahora. Deseo sacarle el otro ojo, aún a sabiendas que ha estado velando por mí durante mi experiencia.

Escucho tras de mi los cascos retumbantes de Haizun sobre el empedrado, que trota hasta detenerse a mi lado. Si dejar de mirar al monstruo subo al caballo, blandiendo aún el temible cuchillo. Haizun gira sobre si mismo, dirigiéndose al puente y, con un golpe de estribo, pongo rumbo al bosque de vuelta a casa completamente a oscuras mientras pienso en todo lo ocurrido.

viernes, 14 de mayo de 2010

10 - La máquina

¿Qué me está pasando? ¿Dónde estoy?

El sonido ambiental que a menudo pasa desapercibido se acaba de transformar súbitamente en un silencio brutal…

Un millón de pensamientos atraviesan mi mente de un lado a otro con violencia y descontrol, como si quisieran salir de mi cabeza. Estoy sordo, ¿he sentido la onda expansiva de una explosión? Me atraviesa como un rayo el recuerdo de los peligrosos juegos cuando era niño, con la pólvora que robábamos al paso de los carros de mercancías que transitaban por el camino principal a través del bosque.

No, no estoy sordo, oigo mi corazón fuerte y rápido, estoy asustado como un perro… y un zumbido, oigo un zumbido cada vez más fuerte acompañado de un dolor de cabeza agudo. Si sigue aumentando no lo podré aguantar. Estoy desorientado, miro al frente y los ojos me dan un vuelco, creo que se me quieren poner en blanco. Hago un esfuerzo y veo al hombre de la cicatriz muy lejos, como si estuviera mirando por un catalejo al revés… ¿Dónde estoy? Ah sí, sigo en la silla del comedor de la taberna de Molly, reclinado hacia atrás, inmóvil, estoy mareado, veo en blanco y negro… y borroso. Pero al menos aún puedo ver algo, en la zona tímidamente iluminada por las velas parece que cada vez hay más gente... diría que algunos son muy ancianos… me duelen las cuencas de los ojos al intentar enfocar, bailan caras en mi mente… no reconozco ninguna.

Algo de toda esta pesadilla me resulta familiar… ah sí, los excesos con la pipa y los licores en ocasiones me han producido efectos similares, sensaciones de desvanecimiento alternándose con instantes de cristalina claridad, mientras un mareo general distorsiona mis sentidos. A veces he tenido alucinaciones tan reales que aún dudo si sólo las imaginé, hay brebajes que han alterado mi mente hasta transformar el sonido del viento en cien mil jinetes al galope, y otros me han hecho ver cómo crecen las plantas y se abren las flores en plena noche invernal. He sentido por la espalda golpes y susurros que me han hecho girar sobre mí mismo dando manotazos al aire como un loco en la oscuridad; incluso una vez creí haber sorteado a la propia muerte, sin más armas que mi pericia. Pero ahora me encuentro mal de verdad. ¿Me habré intoxicado? ¿Qué he comido? No, temo que haya intención… ¡me han drogado!

Un nerviosismo estéril recorre mi cuerpo, sólo por dentro porque soy consciente de que no estoy moviendo ni un músculo. El hecho de no tener fuerzas para moverme me está alterando aún más, me siento atrapado en mi cuerpo, como enterrado en vida.

Me hablo a mí mismo - mantén la calma, recuerda tantas ocasiones en las que no tuviste medida con hierbas y mejunjes, sabes que lo mejor es tranquilizarse, todo va bien… respira, ya pasó el dolor de cabeza.

Sigue el zumbido pero ahora además oyes voces muy lejanas. Mira a tu alrededor, apenas ves pero hay gente importante. Lo notas por los gestos borrosos de algunos, que se desviven por complacer a otros, pero nadie parece haber reparado en ti. Ya te estás alterando otra vez. Están lejos, bañados por la luz titilante de las velas y el fuego, y tú estás en penumbra. Estate tranquilo.

Al relajarme un poco me doy cuenta de que llevo un rato oyendo frases sueltas…

-…. no podemos consentir que salga del círculo ahora… vuestra colaboración es vital… por su propio bien, y el de todos… no se nos puede ir de las manos…si aún hay tiempo, instruidle poco a poco…

¿De qué hablan? Un individuo alto de pelo largo y gris es el que está hablando… sigo sin ver apenas nada, y el estómago me da vueltas… lleva algo en la mano que podría ser un báculo y una especie de capa larga… afino la vista… los demás están a su alrededor, deben ser diez o doce… parecen muy pequeños al lado del hombre de la capa. Más que respeto diría que le temen, se acercan a él como si siguieran levemente algún protocolo apenas perceptible.

-¿Ha sufrido los influjos?

Es el hombre alto, le está preguntando al tuerto de la cicatriz en tono autoritario.

- Creo que sí, tengo entendido que ha matado a un mendigo. Pero no he tenido tiempo de oírlo de su propia voz porque estaba tan sediento que ha tomado demasiada dosis y ha perdido el conocimiento. Se ha dado un golpe en la cabeza.

Se refieren a mí, creen que estoy inconsciente… y no se equivocan demasiado, prácticamente lo estoy… caería en un profundo sueño si no tuviera este dolor en el estómago…

- Entonces no sabemos si lo intuye.

- Creo que no…

- ¿Crees? ¿Crees? ¡Aquí sólo creemos lo que sabemos! Y ahora todo lo que nos ha llevado siglos construir está en juego y tú dices que crees. Tenemos que estar completamente seguros o decidirán pararlo todo, ¡pararán la máquina!

Crece un murmullo entre los presentes, y continúa:

- De cualquier modo tendremos que mostrárselo por completo, siempre será mejor guiarle que negarle la realidad.

El hombre alto está hablando con tal contundencia que nadie esperaría una réplica, claramente es el superior de los otros. Todos parecían inquietarse ante la idea de que detuvieran el funcionamiento de algún artilugio, como si su vida dependiera de ello.

- ¿Qué motivos hay para que pueda intuir algo?

El tuerto parece disfrutar de un trato especial, se permite replicar al hombre alto sin que éste entre en cólera.

- ¿Es que acaso no sabes que Johan hizo experimentos por su cuenta?

- Sí, pero y eso que t...

- No lo sabemos, pero es posible que lograra avances importantes. Aún se puede llevar a un estadio superior, infinitamente superior. Lo que nosotros sabemos no es nada comparado con lo que pudo averiguar.

- Tenemos sus escritos.

- No todo está escrito en papel. Él es su nieto, su sangre. También le buscarán…

Mientras me señala, resuenan las últimas palabras del hombre alto en el comedor. Mi estómago cobra vida en una convulsión y comienzo a vomitar con gran estruendo. Todos me miran mientras me retuerzo apoyándome en la mesa. Para mi sorpresa el tuerto viene a asistirme con mucho interés, no parece que me quieran hacer daño.

Esa droga me está matando, me encuentro fatal. Me trae una bebida espesa, y se vuelve hacia el hombre alto.

- ¿Le preguntamos? Ya se está despejando, ahora dirá la verdad.

- Llévale a dormir. Mañana no recordará ni qué cenó.

El tuerto, con su enorme cicatriz y el ojo blanco me coge en vilo y me lleva escaleras arriba a un dormitorio. Aún sin una mano se desenvuelve perfectamente, debe tener una fuerza enorme. Me deposita en la cama y sale de la estancia.

Cuando subíamos las escaleras pude ver como abajo se estaban sentando todos alrededor de una mesa.

Nada más irse el tuerto, dejo de notar el colchón bajo mi espalda y siento que caigo al vacío. Inconsciente o dormido, me da igual.

...Collector’s.

martes, 4 de mayo de 2010

9 - Extraña reunión

Con los párpados pesados y la cara del mendigo aún en la mente me arrellano en mi rincón. Por fin se acerca la camarera que con aire pícaro deja entrever su escote mientras me sirve más vino. Complacido le doy las gracias. En ese momento se oyen los gritos de la pareja que estaba sentada en la mesa de la entrada. Ella le propina una sonora bofetada y deja a su acompañante sentado a la mesa, solo y con la marca de la mano dibujada en el rostro.

Sentado en la mesa que está junto a la escalera que da paso a las habitaciones estaba un hombre. No había reparado en él en todo este rato. Con una mano sujetaba una jarra de cerveza, la otra era un muñón escondido en la manga de su abrigo. Una cicatriz surca su rostro desde la frente hasta la mejilla izquierda. Su ojo izquierdo, en mitad de la trayectoria de la cicatriz, es una esfera lechosa capaz de inquietar al hombre más templado.

No hay nadie más en la taberna, es pronto para los parroquianos. A estas horas están terminando la jornada. Algunos ya cenan en sus cocinas. Otros azotan a sus mujeres con el cinturón antes de acudir a casa de Molly. Ellas temen más el regreso que la partida.

El hombre de la cara cortada no me quita ojo de encima. Su ojo sano parece conocer de donde vengo. Envestido con la seguridad que me fue otorgada en el círculo de piedras decido sentarme a su mesa.

- Tu abuelo me encargó que te guiara. -

Sin extrañarse ni dirigirme saludo me dijo esta enigmática frase. ¿De que hablaba? Mi primer impulso fue soltarle a bocajarro lo de la inscripción que encontré en el panteón familiar y lo del libro de mi abuelo. Afortunadamente pude reprimirme, no estaba dispuesto a ponerme en manos del primer lunático que se me presentara.

- Estoy buscando al viejo enterrador. Seguro que viene a menudo por aquí. - Le dije esperando que lo conociera. - Esta noche has convocado a mucha gente, algunos hace muchos años que no vienen. Pero ya habrá tiempo de que los conozcas a todos. Esta reunión ha sido esperada durante mucho tiempo. -

No podía saber si este tipo era un loco o si sabía de qué estaba hablando. Se hizo un silencio incómodo.

Aproveché para llamar a la camarera. A fin de cuentas no había cenado y con el estómago lleno se piensa mejor. Para mi sorpresa no vino Molly. Un rollizo camarero con las espaldas de un toro y el pelo grasiento cayendo sobre la frente se presenta junto a la mesa. Parecía nervioso, echaba miradas furtivas a la puerta mientras le pedía tocino frito algo del guiso que ambientaba el establecimiento, pan y una jarra llena de vino.

Pude observar que el hombre de la pareja que discutía ya se había marchado. Sólo quedábamos el extraño de la cicatriz, el camarero y yo. Ya era tarde, los habituales del Molly debían de haber llegado. Mientras esperaba la comida se me hizo un nudo en el estómago al comprobar cómo el fuego de la chimenea dejaba de crepitar al igual que las llamas de las velas que servían de iluminación languidecían hasta apagarse. De la cocina ya no llegaba el ruido de los cacharros. De la calle ya no llegaba el sonido del río. Un silencio pesado como una lápida se abrió paso entre las mesas del salón hasta que sólo pude escuchar mis propios latidos.