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martes, 13 de abril de 2010

1 - El despertar

Esa mañana, como tantas otras, amaneció y yo ya me encontraba en la biblioteca. Hace años que el despertar del día no me sorprende en mi alcoba entre sábanas. A pesar de eso no puedo quejarme, soy afortunado de poder despertar, aunque sea en mitad de la noche sin apenas descanso. Suelo pasar mis noches de insomnio entre los recuerdos de los acontecimientos que me llevaron a esta vida de reclusión. Sólo acompañado de los fantasmas que se esconden entre las páginas de mis queridos libros y que en ocasiones, cuando abro uno de esos volúmenes, salen a vagar por el caserón familiar. En las noches que los fantasmas quedan dormidos me sumerjo en lecturas más ligeras o me dedico a inspeccionar la casa en busca de los espectros que torturan mi alma desde hace años.

Como es costumbre, Adelia me arranca de mi mismo y con enérgico gesto abre las cortinas que me separan de la mañana. El sol despunta por encima de los árboles que flanquean el camino que recorre la finca donde se enraíza el caserón familiar. Digo enraizar porque la casa ha visto ir y venir épocas y hombres y allí continúa, como si hubiera echado raíces, como parte de de la tierra misma, desde siempre.

Adelia sirve como ama de llaves desde que tengo uso de razón. Lleva la casa con mano de hierro. De gesto adusto y mirada severa sé que me profesa un cariño incondicional. Gracias a sus cuidados y la disciplina con que gobierna la casa he sido capaz de llegar hasta estos días sin perder la cabeza, algo por lo que debo estarle enormemente agradecido.

Después de abrir las cortinas la luz inunda la biblioteca. Necesito un buen rato para acostumbrar mis ojos a la claridad. Este tiempo es el que tarda Adelia en abrir de par en par los ventanales. Sin tiempo para protestar soy puntualmente informado de que el desayuno está servido. Y de esta manera saludo cada mañana al nuevo día, deslumbrado, aterido por el viento vespertino y casi obligado a abandonar la biblioteca. El desayuno está servido.

Como normalmente paso las noches en vela ya me encuentro vestido, aseado y preparado para afrontar el nuevo día. Salgo de la biblioteca y me dirijo por el pasillo hasta el comedor. El pasillo tiene su propio personal de guardia. Varias docenas de retratos de antepasados me observan con los ojos clavados en mis pasos. Siempre me pareció que sus miradas persiguen mis idas y venidas. Algunos de estos familiares me resultan conocidos, los cuadros más recientes pertenecen a personas que yo mismo he llegado a conocer. Otros son los protagonistas de algunos de los libros que cuentan la historia de la familia. Algunos, los menos, han pasado con sepulcral discreción por esta casa. Estos últimos son los grandes desconocidos pero sin duda alguna son los más afortunados.

También flanquean el pasillo un buen número de puertas que dan paso otras tantas estancias que otrora fueran destinadas a usos diversos. Aparte de la biblioteca está la sala de sobremesa, el teatrillo, al fondo hay una capilla con el acceso a la torre principal, el salón de baile, un despacho, la sala de juegos y otras que hace mucho tiempo se olvidaron del esplendor que disfrutaron alguna vez. Llego al comedor. Ahora sólo lo utilizamos Adelia y yo. Tanto tiempo en la casa le ha otorgado la confianza necesaria para que compartamos mesa. Así, acompañado por mi fiel Adelia me siento a disfrutar del desayuno.

...Carbonilla

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