Iniciativa ALECAR

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Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

miércoles, 11 de agosto de 2010

17 - Ya no me acordaba.

Pasé la tarde limpiando la sangre de aquella pobre desgraciada y cavando una zanja que sirviera para alojar a Adam y Johanna en su descanso eterno. Tuve que deshacer el parterre que está situado junto a la fuente. Desde hace años no tiene agua. Nunca me gustó tener que oír el ruido de los cuatro chorros que escupían sendas gárgolas situadas en la parte superior de lo que se asemejaba a un gran jarrón de piedra blanca. Así que cuando dejó de manar agua nunca me preocupé por reparar la avería que había obstruido los conductos que la alimentaban. Arrastré los cuerpos que quedaron allí tirados de cualquier manera. Después de devolver la tierra a su lugar dejando los cadáveres ocultos rehice el parterre.

Como no tenía visitas nadie notaría el cambio y los jardineros hacía poco que habían arreglado aquella parte del frontal de la casa. Para cuando necesitara atenciones de nuevo la lluvia habría borrado las huellas de la tierra removida. Mientras tanto permanecerían ocultas bajo las flores y arbustos que cuidadosamente había colocado otra vez en su sitio.

Cansado por el esfuerzo me propuse llegar a la biblioteca para leer algo y así relajarme. Ya en la puerta principal, que estaba cerrada pues había utilizado la entrada de servicio, rebusqué la llave en el bolsillo de la chaqueta. Mi corazón se sobresaltó cuando palpé los ojos que Johanna. Con la visita inesperada de Adam había olvidado por completo este detalle, así que aún me esperaban algunos quehaceres antes poder descansar.

Al entrar me aseguré de dejar la casa bien cerrada. Todas las ventanas de la parte más baja estaban cerradas así como la puerta principal y la de servicio. Desde aquí se tiene acceso directo a la leñera, la alacena, el pequeño almacén y una estancia que ahora se emplea para dejar los aperos con que arreglan el jardín y el resto de la finca. Antes se guardaban en un cobertizo que se añadió a la cuadra pero por comodidad los jardineros prefieren este cuartucho.

Ya en la cocina avivé los rescoldos de la cocina que todavía tenían fuerza suficiente para hacer hervir el perol de agua que puse sobre el fogón. Cuando el agua alcanzó buena temperatura y comenzó su borboteo metí los ojos de Johanna que media hora más tarde ya habrían tomado una textura más consistente. Ahora llegaba la parte más delicada. Con los ojos endurecidos me dirigí torre arriba, hasta la parte más alta. Allí mi abuelo hizo instalar un curioso sistema de aire adosado a la chimenea.

Consistía en una tubería que subía paralela a la chimenea desde la planta baja, una planta por debajo de la chimenea. Esta tubería tenía una entrada de aire en la parte inferior. Como discurría pegada a la chimenea el aire que había dentro se calentaba produciendo una leve corriente de aire caliente en la salida superior de dicha tubería. Esta salida remataba el fondo de una hornacina sin puerta frontal.

Después de que los ojos de Johanna pasaran una semana allí metidos, sometidos a esa corriente, se convertirían en dos esferas de color parduzco. Permanecerían inalterables para el resto de los tiempos. Pero esta operación tan sencilla en apariencia era de lo más delicada. Si la corriente fuera demasiado cálida o potente obtendría dos pasas inservibles, por el contrario si fuera demasiado débil o fría los ojos no llegarían a secarse por lo que terminarían pudriéndose al poco tiempo. Así que tendría que controlar en todo momento el fuego de la chimenea. ¡Cómo echaba de menos a Adelia! Sólo llevaba fuera de casa medio día.

Así que después de arreglar el fuego convenientemente salí por la capilla hacia pasillo y busqué entre los retratos de mis antepasadas alguno cuyo rostro me recordara a Johanna. Los conocía de memoria pero aún así era mejor una inspección minuciosa en estos casos. En el lado derecho, encima de la puerta del teatrillo encontré dos candidatas. Fueron rechazadas inmediatamente, ellas ya habían recibido su regalo tiempo atrás. Continué con la inspección que me llevó hasta una joven de hermosura casi mística. No recordaba su nombre pero si que su vida estaba documentada en alguno de los volúmenes dedicados a la vida de los Alecar. Tendría que releerla.

Descolgué el cuadro y lo llevé a la cocina. Ayudado de un cuchillo de pequeño tamaño pero tremendamente afilado perfilé el contorno de los ojos de mi antepasada. Siempre me sobrecogía la imagen de un rostro de ojos vacíos, así que dejé el cuadro apoyado del revés en la pared. Esperaría una semana antes de volver a tener unos ojos con los que seguir mis pasos por la casa.