Iniciativa ALECAR

Franquear esta puerta te adentra en el mundo de ALECAR. Todo lo que aquí leas puede causarte gozo, rechazo, sonrisas, indignación... Tú decides si quieres seguir adelante.

Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

miércoles, 21 de abril de 2010

8 - El harapiento


Parado sobre el puente, erguido sobre Haizun observo la luz que sale por debajo de la puerta de la posada de Molly. Me tomo un respiro antes de decidirme a entrar mientras enciendo de nuevo mi pipa rebosante de hierba. Un cojeante haraposo se acerca y me implora una limosna. Aunque ni siquiera le dirijo la mirada el haraposo insiste con su mano extendida y hace ademán de tocar el morro a Haizun, que con un resoplido se levanta sobre sus cuartos traseros. El haraposo echa un paso atrás mirando fijamente a los ojos del solemne corcel, que al volver con sus patas al suelo acerca su hocico al miserable mugriento. Como un rayo sale despavorido tropezando en el empedrado a la vez que grita ¡maldito caballo del diablo!

Lejos de sentir lástima siento que la ira se apodera de mi. Con un golpe de talones Haizun arranca imprimiendo toda la fuerza de sus músculos sobre el empedrado, lanzado hacia el mendigo que nos maldice. Puedo oler el miedo del harapiento al ver que un ariete de más de 1500 libras de peso se cierne sobre su deformado cuerpo. Intenta apartarse de la trayectoria del caballo, pero en el último momento Haizun corrige su carrera, asestando un golpe seco sobre el cuerpo de tan miserable existencia. El harapiento vuela mientras sus costillas crujen y, como un pelele, rueda por el borde del río hasta caer boca abajo en las gélidas aguas.

Me siento pletórico, invencible, poderoso. Algo me ha transformado, pues no siento remordimientos ni culpa. – Lo tenía merecido, susurro a Haizun mientras acaricio su cuello. – Nadie le echará en falta.

Con paso lento, cobijado en a niebla y terminando mi pipa me dirijo a la puerta de entrada de la taberna. Desmonto y estiro mi traje de seda, dejando salir los puños bordados de mi camisa tejida de tul blanco. Haizun desparece en la niebla encaminándose al prado al otro lado del río. No me preocupa, pues el corcel sabrá cuando le espero para mi regreso.

Es el momento de entrar. A pesar de ser un hombre tranquilo, un ratón de biblioteca, no siento nervios ni temor. Sé que la taberna durante la noche es un nido de alimañas, pero me siento protegido, inmortal. Tres golpes de aldaba anuncian mi presencia. Sin casi esperar la puerta se abre ante mí. Una imponente dama de impresionante melena roja me recibe con una sonrisa, que le devuelvo mientras observo sus rebosantes senos embutidos en el corsé.

- Bienvenido a la casa de Molly.
- Gracias. Me alojaré esta noche, si es posible.
- Adelante, póngase cómodo mientras le preparan la estancia.
- Perfecto. Tomaré vino mientras tanto.

La mujer desparece por el pasillo que se sitúa a la izquierda de la entrada. Es angosto y oscuro, solamente iluminado por la luz que se cuela desde el hall. Me fijo en las caderas de la mujer mientras se pierde en la oscuridad cuando una mano se planta sobre mi hombro. Normalmente me hubiera sobresaltado, pero estaba tan absorto en esas caderas que podrían haberme pinchado sin notar nada.

Al girar la cabeza veo ante mí el rostro del mendigo harapiento, que extiende su mano frente a mi cara mientras me sujeta por el hombro. Sus ojos están inyectados en sangre y balbucea palabras ininteligibles que parecen reverberar en mi cabeza como si de una gruta se tratara. Instintivamente echo mano a mi cuchillo de 9 pulgadas. En ese momento escucho de nuevo a la mujer.

– Señor, su llave y su copa de vino. Tome sitio y disfrute de la noche.

La mujer se fija en mi mano, que sostiene el afilado cuchillo. De repente el harapiento ha desaparecido sin dejar rastro, se ha esfumado.
Guardo el arma, cojo la llave y la copa de vino, que bebo de un sólo trago. Me dirijo al final de la sala, donde hay un pequeño espacio adornado con alfombras y cojines. Sólo está ocupado por una jovenzuela de ojos verdes gigantes acompañada de un fornido hombre que sostiene una narguila humeante. Opio, pienso y tomo asiento para esperar a que me sirvan más vino. Mientras espero vuelvo a prepararme una pipa de hierba y aprovecho para escribir un verso.

Opio, que transformas la esencia
del hombre más tranquilo.
Colgando dejas de un hilo
la razón y la existencia.
El poder de tu influencia
toma mi mente con sigilo
y en tu orbe das asilo
dejando “el todo” en ausencia

Ahora en tu blanco abismo
me hundo sin preparativo,
condenado al ostracismo.
Viaje que es bautismo
en otro plano sensitivo
de abrumante acromatismo.

jueves, 15 de abril de 2010

7 - Necesito protección

Me despide Adelia que apoyada en la balaustrada de la escalinata. No pudo evitar que me fijara en el rosario al que se aferraba. Sus oraciones no son escuchadas en la noche de la finca... ni del bosque.

Al franquear la puerta de la verja un respingo de Haizun casi me hace caer. Supongo que el caballo, igual yo, fue acariciado por la levísima brisa de aire helado que de un golpe cerró la puerta tras nuestro paso. Aún con el latigazo del miedo recorriendo mi espalda me vuelvo y observo que por primera vez la puerta que franquea la entrada a la finca está cerrada.

El tiempo se echa encima y tengo que dar un rodeo antes de llegar al pueblo. Así, con el miedo metido en los huesos, un tembloroso Haizun y yo nos encaminamos a la taberna de Molly. Llegados a los pies de la Colina del Silencio salgo del camino. Necesito conseguir algo para mi reunión en el pueblo, algo que no se guarda en casa, mi cita está apunto de acudir.

En la noche cerrada la oscuridad del camino se transforma dentro del bosque. Aquí los árboles, que parecen cobrar vida, se burlan jugueteando con sus ramas. Forman sombras danzantes que a la luz de mi antorcha se reflejan en una bruma tan espesa que se puede cortar. Haciendo caso omiso a los quejidos de Haizun penetro en la niebla sorteando las ramas más bajas. Guiado por no se qué instinto llego, sin apenas ser consciente de ello, a un claro del bosque. No hay bruma. A pesar del profundo cielo negro sin estrellas ni luna no necesito la antorcha. Una claridad que no viene de ninguna parte permite ver dentro del claro del bosque. Unos metros más allá, entre los árboles, la bruma forma un espeso muro

Nunca he estado aquí. Recuerdo que cuando era niño he recorrido este bosque mil veces con el despreocupado afán de aventura que tenemos en la infancia. Cada rincón me es conocido, cada roca, cada sendero, pero hoy, sin saber cómo, he llegado a este lugar. Es como si el bosque, sabedor de mi reunión, hubiera preparado esta habitación hecha de bruma y cielo abierto.

Desmonto para observar el lugar. Sobrecogido, compruebo que como describía uno de los capítulos del misterioso libro de mi abuelo en el centro del claro hay un símbolo. Formada a base de guijarros una estrella de cinco puntas que encierra un pentágono en su interior. Todo ello delimitado por un círculo. Penetro en el centro del pentágono con cuidado de no pisar las piedras que forman la figura, no me gustaría romper el círculo protector.

Con lo pies bien plantados en el suelo, los ojos cerrados y con más miedo que otra cosa, recito las palabras que se describen en el libro de mi abuelo.

- Agión, Tetragram, vaycheen, stimilamato y ezpares, retragammaton oryoram irion erglión existión eryona onera brasin movn messia, soler Emmanuel Sabast Adonay -

Tras unos instantes de espera una luminiscencia nacida del suelo sobre el se forma la figura, inunda todo alrededor del círculo.

- ¿Quien eres? ¿Que motivo te lleva a sacarme de mi morada? -
- OH Señor de todas las cosas que no se ven soy ese que necesita protección, por ese motivo te invoco. -
- ¿Tienes algo que ofrecer? -
- Sólo dispongo de mi lealtad. -
- Entonces que tu lealtad sea lealtad eterna. -

Y dicho esto me vi caminando con las riendas de Haizun en la mano. Lo guiaba sobre el puente que da entrada a Ynys. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Haizun parecía sereno. Las campanas de la iglesia que eran testigos del paso del tiempo decían que eran las doce. ¿Era eso posible?

martes, 13 de abril de 2010

6. Ynys

Me doy cuenta que el alba empieza a despuntar sobre el Monte de la Reunión cuando por fin acabo la lectura de tan misterioso libro. Son un compendio de cantos y rituales en diversos idiomas y distintas caligrafías. Entre los versos aparecen pequeños relatos de sacrificios, asesinatos y bacanales escritos en tinta roja con el mismo puño y letra que la letanía en la tumba de mi abuelo. Parecen los delirios de un loco. Lo más macabro que he leído sin duda. No aparece referencia alguna sobre fechas, lugares o personas. ¿Qué relación podrían tener estas historias con mi abuelo? y ¿quién sería ese misterioso C.P.B?

- Adelia, que preparen a Haizun. Marcharé al ocaso y pasaré la noche fuera.

- ¿Dónde va? Preguntó Adelia con preocupación al saber que cabalgaría de noche.

- He de ir a Ynys, me alojaré en la posada de Molly.

- Señor, ese sitio…

- Lo sé, Adelia, dije sin dejar que terminara de hablar. Sé que es peligroso, pero allí se sabe todo y tengo preguntas que necesitan respuestas. Por favor, que tengan el caballo preparado al anochecer.

La taberna de Molly está en la villa de Ynys, a un par de horas de camino a través del bosque que empieza tras la colina del Silencio. En la posada se reúnen gente de lo más variopinta de las comarcas alrededor. Delincuentes, proscritos, furcias, artistas, escritores, comerciantes, incluso de vez en cuando algún noble se deja caer para disfrutar de los más bajos placeres que allí se ofrecen. Vino, mujeres y opio.

Paso el día descansando a sabiendas que la noche será larga. A pesar de mi costumbre a trasnochar esta vez será muy diferente y me pregunto que me esperará allí. Necesito encontrar a alguien que reconozca las siglas de la dedicatoria. Estoy seguro que es la misma persona que escribió la letanía tras la lápida. Si pudiera encontrar al viejo enterrador seguro que podría ayudarme. El tuvo que tener algún contacto con ese C.P.B, al menos tuvo que verle en el entierro de mi abuelo Johan. Pero ni siquiera sé si aún vive.

Empieza a atenuarse la luz. Tengo que atravesar el bosque y, aunque la noche no es mi momento favorito para adentrarme por sus caminos, tengo que partir ya si quiero llegar a tiempo a la taberna. Mi caballo está listo y ensillado. Llevo todo lo necesario. Algunas monedas, mi cuchillo doble filo de 9 pulgadas de hoja, mi encendedor de mecha, mi querida pipa y algo de hierba para llenarla. También cargo sobre el lomo de Haizun unas antorchas para iluminarme camino a Ynys, pues el bosque es espeso y hoy es noche de luna nueva.

Sin perder más tiempo me despido de Adelia, que me repite una y otra vez que ande con mucho cuidado, no sin razón. Monto sobre Haizun, que resopla impaciente por salir. Aún parado saco mi pipa y la lleno rebosante de hierba. Con un golpe de estribos Haizun se pone en marcha y pongo rumbo al bosque al trote mientras exhalo el humo azul de mi pipa llena de verde.

...Kuurus

5 - La dedicatoria

Todavía no se cómo pero de repente me vi cabalgando sobre Haizun que espoleado salvajemente galopaba colina abajo. Con cientos de voces -Báculo de exiliados...- entonando la letanía en mi cabeza -lámpara de inventores...- apenas era consciente de que volaba como una aparición entre los vecinos que trabajaban en los jardines -Confidente de ahorcados...-. Con la cara lívida, los ojos fuera de las órbitas y la expresión de la locura dibujada en mi rostro llegué la entrada de la casa -¡Oh Satán, ten piedad...-

No recuerdo que pasó con Haizun, sólo se que bien entrada la noche Adelia, en su infinita preocupación por mí, me sorprendió en la biblioteca. Único testigo de los hechos de la casa tuvo que ver uno de los más penosos espectáculos de que he sido protagonista. Cientos de volúmenes se amontonaban sobre las mesas auxiliares, otros habían volado desde las estanterías hasta el suelo y estaban a la espera de ser consultados. Yo buscaba frenéticamente en absoluto caos alguna referencia a esos versos que hacía años escondía la tumba de mi abuelo.

-¿Se encuentra bien, Señor?- Con la voz de Adelia todos los fantasmas del pasado callaron su voz. Ya en silencio, ante la mirada preocupada de Adelia, fui consciente de que había permanecido, como un animal enloquecido, en la biblioteca durante tres días. Con la mente perdida en los versos que no cesaban de repetirse.

Ordenar de nuevo la biblioteca me llevó una semana. Durante ese tiempo Adelia me impuso un horario disciplinado. Gracias a eso pude poner en claro mis ideas. La suerte quiso que en el transcurso de esos días desviara mi atención sobre un tomo olvidado. Estaba de suerte una vez más, como no, gracias a la cordura que imponía Adelia en el día a día del caserón.

A pesar de las noches que he pasado escudriñando cada rincón de la biblioteca nunca reparé en este tomo. Me sorprendió la dedicatoria que adornaba la primera página:

Con cariño para Johan Alecar.
Amigo.
Intercede por nosotros ante el Ángel Negro.

Firmado: C.P.B.


C.P.B... El libro no presentaba referencias del editor ni del autor, ni tampoco del año, como si hubiera sido impreso sólo para mi abuelo. Pasé la noche devorando cada letra de aquel libro.

...Carbonilla

4 - Letanía

Al introducir la llave me doy cuenta que la puerta está abierta. Por un momento me quedo parado, pensando. Nadie ha podido abrir, la única llave le tengo yo y siempre me aseguro de dejar bien cerrado para evitar que los jóvenes del pueblo puedan entrar y causar destrozos. ¿Me olvidé la última vez? No logro recordarlo, juraría que no. Empujo la puerta para dejar entrar algo de luz mientras las bisagras entonan su tétrica melodía. Un tímido rayo de sol recorre el suelo desde el umbral de la puerta hasta el hueco vacío que albergará el reposo eterno del siguiente miembro de la familia. ¿Seré yo? El resto del panteón permanece oscuro.

Al cruzar el umbral un escalofrío recorre mi espalda. Estiro el brazo para coger la lámpara de aceite que cuelga en la pared de entrada y le doy de nuevo la vida con el encendedor de mecha que siempre llevo para encender mi amada pipa de madera de ébano.

En la sala principal se encuentran las cajas más antiguas. A la derecha, tras la puerta de entrada, está la escalera que baja a la ampliación del panteón. La luz del candil se pierde unos metros más adelante, sin llegar a dar luz al final de la escalera. Me aterroriza pensar que los féretros y figuras que se hallan abajo puedan verme antes que yo a ellos. Me armo de valor y bajo la escalera. Las figuras, los relieves y las cajas empiezan a tomar forma bajo la mortecina luz de la lámpara.

No sé que me trae hasta este sitio, pero aquí estoy. Buscando algo que me pueda ayudar a desvelar los misterios que envuelven mi apellido, mi casa, mi vida.

Me dirijo directamente al ataúd de mi abuelo Johan, ese gran crápula. Sé que en él está la clave. No sé que busco. Cualquier resquicio de su pasado podría ayudarme a dar un desenlace a este asunto.

Acerco la luz al féretro, que parece tapizado de terciopelo gris por el polvo acumulado durante tantas décadas. Una plancha de mármol esconde el epitafio de su tumba. Es ilegible debido a la cantidad de polvo. Saco mi pañuelo de seda blanca para limpiarlo pero al tocar el mármol la placa cae partiéndose en tres pedazos.

-Maldita sea, exclamo. Y al levantar la vista veo que hay algo escrito tras la placa.

Pienso que es el mismo epitafio, que estaría allí antes de poner la placa, como algo provisional. Al acercar el candil puedo ver que no, y leo.

Báculo de exiliados, lámpara de inventores,
Confidente de ahorcados y de conspiradores,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Me levanto sin dejar de mirar el mensaje, estupefacto. Me quedo de pie, mirando esa caligrafía perfecta escrita hace décadas con algún tipo de tinta roja. Me repito una y otra vez esas frases, como un letanía grabada en mi mente. No puedo quitármelo de la cabeza, casi diría que las voces son reales. En cada repetición el volumen se acrecenta. Distingo diferentes timbres. Adultos y niños al unísono. Tengo la sensación de que mi cuerpo pesa el doble. Mis piernas a penas pueden sostenerme, como si las voces cargaran sobre mi espalda.

-Tengo que salir de aquí, es una locura, pienso. Me giro hacia la escalera y salgo corriendo, dejando abajo el pañuelo, la lámpara encendida y los trozos de mármol rotos. La voces desaparecen. Cierro la puerta asegurándome de que el candado no se abre y vuelvo a recoger a Haizun, que me espera comiendo briznas de hierba seca junto al muro exterior.

...Kuurus

3 - La Colina del silencio

Salí de mi ensimismamiento y con buen apetito vacié la fuente de exquisitos panecillos dulces que todas las mañanas Adelia manda subir desde el pueblo.

Sólo Roger, que es el panadero del pueblo y algunos parroquianos más vienen al caserón. En realidad lo hacen por necesidad, la gran extensión del terreno y los cuidados que requiere el edificio mantienen ocupada a una cuadrilla de no menos de cuatro personas cada día. La mayor parte de los vecinos, si pueden, evitan entrar en la propiedad y los que entran no dejan que el ocaso les sorprenda tras la verja que bordea el bosquecillo de la finca.

Es curioso cómo se ven las cosas después de un desayuno generoso. Aunque con el cansancio de mil noches en vela, me siento reconfortado y dejo que Adelia se haga cargo de la mesa. Saludo de nuevo a los cuadros del pasillo que me devuelven el silencio de sus miradas perdidas. Franqueo el portalón de la casa y me recibe una hermosa primavera.

Ya en las caballerizas preparo mi caballo. Un hermoso animal árabe de cinco años, aunque sólo lleva tres en la casa. Conserva algo de ese carácter salvaje que da el desierto y sólo permite que yo lo monte. Cabalgando junto a un pequeño estanque donde las carpas juegan entre nenúfares blancos saludo a un grupo de vecinos que ha venido a reparar los parterres que lo adornan.

Me devuelven el saludo con mezcla de temor y respeto. Normalmente tratan con Adelia pues entregado como estoy a la lectura de los secretos familiares me ven como a uno más de los fantasmas que habitan la casa. Ya imagino sus conversaciones en el bar de Molly, el pub donde algunos vecinos celebran la segunda parte de la misa dominical.

Dirijo los pasos del caballo hacia la Colina del silencio. Un alto desde donde se dominan los prados que con sus pastos tapizan de verde los alrededores del pueblo. No sorprende que este lugar muestre un aspecto de abandono. Fruto de las historias que se cuentan el bar de Molly, este lugar aterra a los vecinos. Nadie excepto yo se atreve a poner el pie en este lugar, ni siquiera Adelia sube a la Colina del silencio.

En la cima, a la sombra de un alcornoque centenario que siempre ha acompañado a los míos en sus despedidas, se encuentra el panteón familiar. Los herrumbrosos barrotes que sellan la portezuela están asegurados por un cerrojo de cuya llave sólo existe una copia. La llevo colgada sobre mi pecho atada con una cadenilla de plata. El panteón es una pequeña edificación de piedra adornada con bajorrelieves inspirados en los delirios que guiaron el pincel de El Bosco. Se adentra en la tierra guardando los cuerpos de aquellos que protagonizaron las historias que me ocupan noche tras noche.

Sembrado de lápidas, la mayoría vencidas por años de abandono, se encuentra el prado que rodea el panteón. Siempre que vengo a este lugar un escalofrío que me sube por la espalda trata de paralizarme mientras desmonto y recorro el camino que, entre las tumbas, me lleva a la entrada.

...Carbonilla

2 - El mensaje

Sentado en la mesa del comedor, mientras dejo enfriar el café, pienso en cuantas ocasiones ha sido esta mesa privilegiado espectador de tantas conversaciones triviales, viejas historias de viajes de mis antepasados, discusiones acaloradas, miradas complices, traiciones, muerte.

Recuerdo la historia que me contó Adelia sobre el final de mi abuelo, Johan, un gran crápula. Esa noche, según cuenta Adelia, la Muerte se materializó como una sombra, una silueta amorfa que se transformaba en una sobrecogedora figura erguida sobre la cabeza de Johan, dispuesta a arrancarle el alma. En el momento que con su guadaña sesgaba la vida de su nuevo compañero, lanzó un mensaje al resto de comensales, que recibieron en su mente sin que una sola palabra rompiera el opresivo silencio que inundaba el comedor. Como si la misma dama de negro les hablara desde el interior de su cabeza. Tú también vendrás. Todos lo haréis, pronto.

El cuerpo de Johan cayó sobre la mesa como una losa. De sus oídos manaba un fluido denso color calabaza mientras sus miembros aún convulsionaban. Copas caídas. Rojo sangre empapando el mantel. Todos quedaron petrificados durante lo que pareció una eternidad. Hasta que un grito desgarrador salió de lo más profundo de Nora, que se lleva las manos en la boca intentando apagar ese horror. Gemidos y llantos ceden su sitio a las preguntas…

Los entonces presentes eran Nora, esposa de Johan; Eudoxio, hijo primogénito; Eric, hijo segundo; Eldrid, hija tercera, mi madre; y Alina, ama de llaves y madre de Adelia, que contaba entonces con 9 años. Adelia no asistió a este terrorífico aconteciemiento, pues entonces asistía a un internado a varias millas de la casa.

Fue a raíz desde aquel suceso cuando empezaron los fenómenos que han atormentado a los huéspedes del caserón durante tantos años, sin que nadie hasta el momento haya podido darle una explicación. Mis hermanos emigraron años después a América en busca de nuevas oportunidades, aunque yo sabía cual era la verdadera razón de su marcha. El miedo. Nunca más quisieron tener noticias referentes al viejo caserón familiar.

Yo, en cambio, decidí que nunca dejaría este lugar sin antes dar respuesta a tantos misterios. Y junto a mi fiel Adelia quedé aquí con ese único propósito.

- El café se enfría, dijo Adelia devolviéndome de nuevo al presente.

...Kuurus

1 - El despertar

Esa mañana, como tantas otras, amaneció y yo ya me encontraba en la biblioteca. Hace años que el despertar del día no me sorprende en mi alcoba entre sábanas. A pesar de eso no puedo quejarme, soy afortunado de poder despertar, aunque sea en mitad de la noche sin apenas descanso. Suelo pasar mis noches de insomnio entre los recuerdos de los acontecimientos que me llevaron a esta vida de reclusión. Sólo acompañado de los fantasmas que se esconden entre las páginas de mis queridos libros y que en ocasiones, cuando abro uno de esos volúmenes, salen a vagar por el caserón familiar. En las noches que los fantasmas quedan dormidos me sumerjo en lecturas más ligeras o me dedico a inspeccionar la casa en busca de los espectros que torturan mi alma desde hace años.

Como es costumbre, Adelia me arranca de mi mismo y con enérgico gesto abre las cortinas que me separan de la mañana. El sol despunta por encima de los árboles que flanquean el camino que recorre la finca donde se enraíza el caserón familiar. Digo enraizar porque la casa ha visto ir y venir épocas y hombres y allí continúa, como si hubiera echado raíces, como parte de de la tierra misma, desde siempre.

Adelia sirve como ama de llaves desde que tengo uso de razón. Lleva la casa con mano de hierro. De gesto adusto y mirada severa sé que me profesa un cariño incondicional. Gracias a sus cuidados y la disciplina con que gobierna la casa he sido capaz de llegar hasta estos días sin perder la cabeza, algo por lo que debo estarle enormemente agradecido.

Después de abrir las cortinas la luz inunda la biblioteca. Necesito un buen rato para acostumbrar mis ojos a la claridad. Este tiempo es el que tarda Adelia en abrir de par en par los ventanales. Sin tiempo para protestar soy puntualmente informado de que el desayuno está servido. Y de esta manera saludo cada mañana al nuevo día, deslumbrado, aterido por el viento vespertino y casi obligado a abandonar la biblioteca. El desayuno está servido.

Como normalmente paso las noches en vela ya me encuentro vestido, aseado y preparado para afrontar el nuevo día. Salgo de la biblioteca y me dirijo por el pasillo hasta el comedor. El pasillo tiene su propio personal de guardia. Varias docenas de retratos de antepasados me observan con los ojos clavados en mis pasos. Siempre me pareció que sus miradas persiguen mis idas y venidas. Algunos de estos familiares me resultan conocidos, los cuadros más recientes pertenecen a personas que yo mismo he llegado a conocer. Otros son los protagonistas de algunos de los libros que cuentan la historia de la familia. Algunos, los menos, han pasado con sepulcral discreción por esta casa. Estos últimos son los grandes desconocidos pero sin duda alguna son los más afortunados.

También flanquean el pasillo un buen número de puertas que dan paso otras tantas estancias que otrora fueran destinadas a usos diversos. Aparte de la biblioteca está la sala de sobremesa, el teatrillo, al fondo hay una capilla con el acceso a la torre principal, el salón de baile, un despacho, la sala de juegos y otras que hace mucho tiempo se olvidaron del esplendor que disfrutaron alguna vez. Llego al comedor. Ahora sólo lo utilizamos Adelia y yo. Tanto tiempo en la casa le ha otorgado la confianza necesaria para que compartamos mesa. Así, acompañado por mi fiel Adelia me siento a disfrutar del desayuno.

...Carbonilla