Iniciativa ALECAR

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Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

martes, 13 de abril de 2010

4 - Letanía

Al introducir la llave me doy cuenta que la puerta está abierta. Por un momento me quedo parado, pensando. Nadie ha podido abrir, la única llave le tengo yo y siempre me aseguro de dejar bien cerrado para evitar que los jóvenes del pueblo puedan entrar y causar destrozos. ¿Me olvidé la última vez? No logro recordarlo, juraría que no. Empujo la puerta para dejar entrar algo de luz mientras las bisagras entonan su tétrica melodía. Un tímido rayo de sol recorre el suelo desde el umbral de la puerta hasta el hueco vacío que albergará el reposo eterno del siguiente miembro de la familia. ¿Seré yo? El resto del panteón permanece oscuro.

Al cruzar el umbral un escalofrío recorre mi espalda. Estiro el brazo para coger la lámpara de aceite que cuelga en la pared de entrada y le doy de nuevo la vida con el encendedor de mecha que siempre llevo para encender mi amada pipa de madera de ébano.

En la sala principal se encuentran las cajas más antiguas. A la derecha, tras la puerta de entrada, está la escalera que baja a la ampliación del panteón. La luz del candil se pierde unos metros más adelante, sin llegar a dar luz al final de la escalera. Me aterroriza pensar que los féretros y figuras que se hallan abajo puedan verme antes que yo a ellos. Me armo de valor y bajo la escalera. Las figuras, los relieves y las cajas empiezan a tomar forma bajo la mortecina luz de la lámpara.

No sé que me trae hasta este sitio, pero aquí estoy. Buscando algo que me pueda ayudar a desvelar los misterios que envuelven mi apellido, mi casa, mi vida.

Me dirijo directamente al ataúd de mi abuelo Johan, ese gran crápula. Sé que en él está la clave. No sé que busco. Cualquier resquicio de su pasado podría ayudarme a dar un desenlace a este asunto.

Acerco la luz al féretro, que parece tapizado de terciopelo gris por el polvo acumulado durante tantas décadas. Una plancha de mármol esconde el epitafio de su tumba. Es ilegible debido a la cantidad de polvo. Saco mi pañuelo de seda blanca para limpiarlo pero al tocar el mármol la placa cae partiéndose en tres pedazos.

-Maldita sea, exclamo. Y al levantar la vista veo que hay algo escrito tras la placa.

Pienso que es el mismo epitafio, que estaría allí antes de poner la placa, como algo provisional. Al acercar el candil puedo ver que no, y leo.

Báculo de exiliados, lámpara de inventores,
Confidente de ahorcados y de conspiradores,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Me levanto sin dejar de mirar el mensaje, estupefacto. Me quedo de pie, mirando esa caligrafía perfecta escrita hace décadas con algún tipo de tinta roja. Me repito una y otra vez esas frases, como un letanía grabada en mi mente. No puedo quitármelo de la cabeza, casi diría que las voces son reales. En cada repetición el volumen se acrecenta. Distingo diferentes timbres. Adultos y niños al unísono. Tengo la sensación de que mi cuerpo pesa el doble. Mis piernas a penas pueden sostenerme, como si las voces cargaran sobre mi espalda.

-Tengo que salir de aquí, es una locura, pienso. Me giro hacia la escalera y salgo corriendo, dejando abajo el pañuelo, la lámpara encendida y los trozos de mármol rotos. La voces desaparecen. Cierro la puerta asegurándome de que el candado no se abre y vuelvo a recoger a Haizun, que me espera comiendo briznas de hierba seca junto al muro exterior.

...Kuurus

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