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jueves, 15 de julio de 2010

15 - Rosados manjares

Tras un ligero desayuno a base de pan de centeno con mantequilla me sentí dispuesto para una nueva jornada. Adelia terminó de recoger la mesa y se sentó frente a mi. Su cara mostraba claros signos de cansancio, quizá acentuados por los hechos que venían ocurriendo en el caserón hacía ya varias semanas.

-Adelia, he decidido que necesita un descanso, que creo bien merecido.

En realidad estaba intentando que Adelia se marchara unas semanas a visitar a su familia en Aberystwyth, a un par de días de viaje de la finca.

- No es necesario, señor, sólo estoy algo cansada y no podría dejarlo aquí sin nadie que se ocupe de usted. Es mi obligación.
- Insisto, repliqué. Creo que le vendría muy bien hacer esa ansiada visita a sus tíos. Lleva hablándome de ellos años y es el momento de que se tome unas semanas para dedicarles.
- En realidad es algo que deseo hace tiempo, es cierto. Pero me preocupa que nadie pueda ocuparse de las tareas cotidianas de la casa.
- También he pensado en hacer unas visitas, Adelia. Saldré bastante estos días y no será necesario que se quede. Podré arreglarme, supongo.
- Si ha tomado la decision así sera, pero deje que al menos encargue el cuidado de la casa a Rose, la hija de los Bender.

Me quedé pensando en los Bender. Una familia humilde que vivía a medio camino entre el caserón y el monte de la Reunión. Magnus, el padre, era el encargado de los jardines de la finca. Era un hombre trabajador y agrio. Nunca había intercambiado con él más palabras que las necesarias para el trabajo habitual en la finca. Su mujer, Roseline, era amiga de Adelia desde que yo puedo recordar. Se dedicaba a las labores de su casa ayudada por Rose, la hija de los Bender.

- Me parece Buena idea, Adelia, así no tendrás que trabajar el doble a tu regreso. Haz que vengan a verme Roseline y su hija. Les pagaré bien.

Al decir esto note como un cosquilleo me recorría las entrañas.

Adelia se levantó de la mesa y, al cruzar la puerta que daba a la cocina le espeté: “Marcharás esta tarde, Adelia. Prepara tus cosas y manda preparar el carro y los caballos” “Y que vengan a verme mañana los Bender”
Adelia se giró, me hizo un gesto de afirmación y salió de la estancia.

El día transcurrió tranquilo. Adelia estuvo ocupada preparando sus cosas para el viaje, con lo que yo aproveché para dirigirme de nuevo a la torre.

Subí las escaleras parándome para contemplar de nuevo la colina del Silencio, lo que me hizo pensar en Johan. Cada vez me sentía más identificado con mi abuelo, a pesar de no haberle conocido le notaba muy cerca.

Me paré ante la puerta de entrada a la estancia de la torre. Notaba un ligero olor almizclado, el olor dulzón de la sangre. Abrí la puerta entrando despacio mientras observaba la escena. Johanna colgaba totalmente desnuda de la viga a un escaso palmo del suelo. Su rostro consevaba un extraño gesto retorcido que deformaba sus facciones. Sus ojos, aún abiertos, habían perdido el brillo con el que llegaron anoche. Pensé que era triste que hubiera desaparecido la expresividad que habían tomado al ser aderezados con el vino. El cuerpo aparecía teñido de rojo de cintura para abajo por la sangre que habiá manado de sus entrañas. En cambio sus pechos conservaban un ligero color rosado, concentrado en sus pezones erectos debido al rigor mortis. Decidí que eran preciosos, como sus ojos, y no estaba dispuesto a que putrefacción acabara con esa maravilla.
Cogi su cabeza por la nuca con una mano y con la otra hundí mis dedos en la cuenca de sus ojos. Primero el derecho, que salió sin mayor esfuerzo. Después saqué el izquierdo con la misma maña. Di un paso atrás y observe la escena. La erección regresó cuando saqué el cuchillo y corté el nervio que aún los sostenía sobre su cara, que había dejado de ser hermosa. Agarré un pecho apretándolo mientras cortaba su pezón, después hice lo mismo con el otro.

Me encontraba de pie frente a ella con mi entrepierna abultada, el cuchillo en una mano y sus ojos y pezones en la otra. Solté el cuchillo, me senté en el sillón de orejas y me desnudé.

Al dejar caer la ropa escuché como golpeaba mi chaqueta en el suelo y reparé en el extraño aparato que encontré en el bosque. Lo recogí y puse de nuevo sobre mis oídos los dos extraños círculos que iban atados al objeto. Al pulsar el botón definido con un triángulo de costado empezaron de nuevo las extrañas melodías.

“ I´M COMING DOWN FAST BUT DON´T LET ME BREAK YOU
TELL ME, TELL ME, TELL ME THE ANSWER
YOU MAY BE A LOVER BUT YOU AIN´T NO DANCER
LOOK OUT! HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
HELTER SKELTER
LOOK OUT! HELTER SKELTER “

Al concentrarme en la melodía que escuchaba empecé a sentir cierto mareo. Miraba fijamente a la desdichada Johanna y, como inducido por los alaridos del trovador que gritaba a través del maligno objeto, me metí en la boca las dos rosadas galletas que acababa de cortar de los pechos de la chica.
Para cuando acabó esa música incomprensible para mí me encontraba tumbado en el suelo, sobre la sangre semiseca, masticando esos manjares y con los ojos azules de Johanna en mis manos.

Me levanté, recogí mis ropas y, tras conseguir tragar toda la carne que había en mi boca, me vestí guardando los ojos de la mujer en mis bolsillos. Salí de la estancia y mientras bajaba la escalera pensé en el serio problema que tendría con Alan por todo lo ocurrido en la torre.

- Tendré que acabar también con él, me dije.

1 comentario:

  1. Banda de degenerados culiados. Pobres sus madres.

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