Iniciativa ALECAR

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Si Stephen King y Peter Straub lo hicieron, nosotros también.

lunes, 12 de julio de 2010

14 - La chica de Adam

Adelia hizo preparar la mesa. La chica que hoy se ocupaba de la cocina se puso manos a la obra aunque claramente contrariada. A estas horas seguramente tendría todo preparado para irse a casa, ahora con los planes desbaratados era probable que tuviera que caminar sola hasta el pueblo ya entrada la noche.

Mi impresión se confirmó al constatar que la comida consistía en algo de fiambre frío, pan y una fuente con frutas. No era precisamente un manjar elaborado pero me servía, sólo necesitaba aplacar mi estómago y poco más.

Una vez comenzamos a cenar Adelia se dispuso a contarme todo lo que conocía de Johan. Ella le conoció ya mayor así que poco pudo contarme de su infancia. Hasta donde conocía pasó una infancia completamente normal, fue a los pocos meses de cumplir la mayoría de edad cuando comenzó aquella búsqueda, por llamarlo de alguna manera. Seguramente recogió el testigo de la locura que arrastra mi familia desde hace muchas generaciones.

Después de media hora de escuchar el parloteo de Adelia llegué a la conclusión de que no iba a sacar nada en claro, al menos en aquel momento. Después de la preocupación y del robo no era capaz de dar pie con bola así que decidí terminar y dejar que Adelia descansara y se perdiera en la rutina durante unos días. A la larga esto ahorraría más tiempo que presionarla para que sacara forzadamente un puñado recuerdos inconexos.

Mientras esto ocurría yo no iba a ser menos, también me relajaría y prepararía la estrategia que me permitiera sacar de Adelia toda la información que fuera capaz de recordar.

- Adelia, creo debemos descansar. Por ahora no vamos a pensar en esto. Manda llamar a un recadero. Que visite a Adam y le entreguen este sobre. Ofrece una buena paga, no me gustaría tener que esperar o que el mensajero se pierda por el camino. -

- Señor no creo que sea buena idea, hace poco estuvieron preguntando... - Sus ojos de repente reflejaron un gran temor - Tranquilízate, ya lo hablé con el alcalde, ahora haz lo que te digo. -

En menos de media hora salía un mensajero a todo galope hacia Menay Bridge. Portaba mi carta para Adam. Dentro del sobre sellado viajaba mi encargo y un buen fajo de billetes, suficiente para tener contento a aquel cabrón cuya amistad siempre era mejor tener de tu lado.

Menay Bridge es la ciudad más importante de la zona. No es que sea la más grande pero es muy populosa y atrae a mucha gente procedente de otras partes para embarcar rumbo a sus sueños, la mayoría hacia América. No son pocos los que lo consiguen pero una buena parte no logra su plaza hacia la felicidad. Algunos no tienen dinero para el pasaje, otros son timados en el propio puerto y también están los que se juegan lo poco que traen en cualquier taberna. El peor destino siempre les espera a las mujeres. Sus maridos desaparecen o si bien llegan solas son rápidamente atraídas por desalmados como Adam. Éste es el peor hombre que uno puede encontrarse, conoce el interior de las personas con una simple mirada a los ojos. No diré cómo lo conocí, sólo que en cuanto hablamos me ofreció algo que no pude rechazar. ¿Cómo pudo mirar tan profundamente dentro de mi alma? Yo mismo no pude imaginar que aquello fuera para mí una suerte de droga. Después de aquella noche quedé entregado de la misma forma en que se entregan al opio algunos viajeros que visitan oriente.

Adam tiene un ejército de chavales que recorren los peores barrios de Menay Bridge y se dedican a reclutar chicas. Suelen ser jóvenes recién llegadas a la ciudad que se ven perdidas y sin más opción que aceptar la primera mano que les ofrece ayuda. Atrapadas sin remedio en la trampa que Adam les tiende no tardan en trabajar en los prostíbulos que se arraciman en el puerto y en las afueras de la ciudad. De vez en cuando alguna de estas chicas tiene suerte y es enviada fuera del burdel para cumplir encargos especiales de ciertos hombres adinerados. Suelen volver con regalos que Adam les permite quedarse. De esta forma alimenta su esperanza de hacer dinero y poder salir del infierno que encontraron por querer volar.

Con la cantidad de dinero que le envié no dudaba que al día siguiente, antes del atardecer, tendría mi... encargo.

Pasó la noche y el día siguiente sin que Adelia y yo nos dirigiéramos la palabra. Después del almuerzo, mientras ella hacía las labores rutinarias yo disfrutaba de una copa de brandy traído de una bodega española para mí y el alcalde de Ynys. Pude ver que en uno de sus viajes por el pasillo Adelia ahogó con un respigo un grito. Al mismo tiempo escuché golpear la puerta. Como últimamente a Adelia no le gustaban mis encargos fui yo el que abrió la puerta. Era el mensajero con una chica de no más de veinticinco años. Detrás de ellos, al pie de la escalera, estaban caballos. Uno de ellos todavía portaba el equipaje de mi invitada. Con una exagerada reverencia el mensajero nos presentó. Le ordené traer el equipaje mientras le entregué la mitad que faltaba de su paga. En menos de un minuto el equipaje estuvo junto a la señorita y el mensajero había desaparecido con los caballos camino de las cuadras.

La presentación fue más bien un gruñido así que rompí el hielo. - Buenas tardes señorita, es maravilloso tener compañía, seguro que alegrará la casa durante su estancia. Puede llamarme Señor Alecar. - Debía ser la primera vez que salía Menay Bridge en mucho tiempo. Deslumbrada por la presencia imponente de la finca primero y la casa después apenas pudo decir palabra. - Bu... bu... buenas tardes, soy Francesca me manda Adam. - Me ocupé de su maleta y la llevé a una habitación del primer piso para que se refrescara. - Si me lo permite me dirigiré a usted por el nombre de Johanna. - No se sorprendió, simplemente asintió y caminó tras de mi hasta su habitación.

Le indiqué donde quería que se presentara para cenar pues de momento prefería la soledad de la biblioteca. Adelia me pidió estar ausente esta noche. Yo accedí a cambio de que dejara preparado todo para pasar la velada en compañía de la joven recién llegada.

A la ahora acordada esperé sentado a mi invitada, cuando llegó serví la comida y comenzamos a cenar. Poco a poco se fue sintiendo más cómoda. Estuvo hablando de su vida, de sus compañeras, de cómo Adam había conseguido el vestido que llevaba esta noche. Era una charla despreocupada, inocente, me sorprendió la manera en que era capaz de alegrar la casa.

Para cuando terminamos de cenar ella estaba un poco alterada por el vino. Me aseguró mil veces que era el mejor vino que jamás había tomado, no dudé ni por un instante que eso fuera cierto y que esta era la cena más lujosa a la que había asistido. También recordó lo afortunada que se sentiría al volver junto a Adam y que le daría las gracias por esto. Mientras dejaba que el vino hablara por su boca me levanté y le pedí que me siguiera. Ella se reía por el pasillo y hacía comentarios sobre los cuadros de mis antepasados. Al final del pasillo nos encontramos a las puertas de la capilla. Con un poco de pesar la mandé callar. Entramos y al pasar junto al altar le pregunté - ¿Tienes algún pecado del que te arrepientas? No me gustaría que estuvieras fuera de la gracia de Dios. - Al principio se asustó un poco, comprendo que no es una pregunta habitual para alguien que va a la cama con una señorita como ella.

Pasado el primer impacto volvió a su risita algo alcoholizada y se dejó guiar a través de la puerta que franquea el paso a la escalera de la torre. Subimos por la escalera de caracol hasta una estancia sobriamente decorada. Es una estancia de paso que da pie a seguir por las escaleras hasta la parte más alta de la torre.

Durante un momento miré por una tronera a la Colina del silencio. Si no es porque estaba atento casi se desnuda de sopetón al darme la vuelta. - No, no, no... las chicas guapas deben hacerse rogar Johanna. - Me apetecía jugar un poco con ella antes de empezar. Le indiqué que ocupara un sillón de orejas que había en un rincón de la estancia. A la luz de las mil velas que había dejado Adelia repartidas por toda la torre Johanna parecía una diosa. Su vestido permitía ver dibujado un talle estrechísimo. El vuelo de su falda, larga hasta los tobillos, insinuaba unas piernas infinitas y bien formadas. Era joven, la edad no se había cebado todavía con su hermosura. Cruzó las piernas y aparecieron por la parte de debajo de la falda unos zapatitos de charol que por su aspecto debían haberlos usado mil chicas de Adam.

Me acerqué y coloqué sus brazos sobre los del sillón. La colonia barata que usaba no lograba enmascarar el olor de su piel. A través del vestido que emanaba una mezcla de sudor, nervios, excitación. Era buena actriz porque mientras me acercaba a ella pude sentir su respiración en el cuello. - Señor. - Me susurró al oído. De repente noté que la erección llegaba. Tranquilizando mis nervios pasé los labios por su cuello mientras sujetaba sus brazos firmemente. Los solté para que se levantara. Muy despacio empecé a abrir el vestido. No tenía mangas así que cuando hube abierto el último botón Johanna hizo un movimiento de cadera que lo hizo caer al suelo.

Esto me excitó aún más. Se alejó de mí un par de pasos. Las llamas de las velas reflejaban una diabólica danza sobre su piel que me empujó a abalanzarme sobre ella. No llevaba nada bajo el vestido. Sólo le quedaban los zapatitos. Consciente de la impresión que había hecho en mi ánimo se acercó lentamente y de un empujón me sentó en el sillón. ¡Cómo movía sus caderas a cada paso! Se inclinó sobre mí y dejó que sus pechos jugaran ante mi cara. Con una sonrisa pícara dejó que acercara la boca y pudiera disfrutar de aquel manjar que me ofrecía.

Con manos expertas me abrió la camisa, se deshizo de los tirantes y antes de que pudiera darme cuenta me tenía desnudo de pie junto a ella. Me mostró sus dientes con un mohín desvergonzado. Para entonces yo ya estaba tremendamente excitado. Me cogió de las manos y suavemente me llevó a la cama donde se ofreció abriéndome su cuerpo. Una hora después de esto todavía no había recuperado el aliento por completo. Ella estaba despierta a mi lado y me acariciaba el mentón suavemente.

Una vez estuve recuperado me puse los pantalones y me eché los tirantes sobre la piel desnuda. Me acerqué a ella, estaba sonriendo, parecía relajada y feliz tumbada en la cama. Seguramente esperaba alguno de esos regalos caros que hacen los hombres ricos a las chicas como ella. No lo pensé ni un segundo, descargué mi puño contra su cara. El tremendo golpe casi la hace perder el sentido. Más que terror, en su mirada había desconcierto. ¿Qué ha pasado, por qué haces esto? decía su mirada. - Te ofrecí la oportunidad de hacer las paces con Dios antes de subir.- Su nariz rota era como una fuente de líquido rojo. Cogí fuertemente su mano y a rastras la subí hasta la parte de arriba de la torre. Me di prisa pues no quería que manchara de sangre más de lo necesario.

Al llegar arriba de la torre la até de manos a una viga que atraviesa de lado a lado la estancia. Sus pies apenas tocaban el suelo con las puntas de los dedos. Volvía a estar tremendamente excitado, parecía que iba a hacer estallar los pantalones y eso me gustaba. Introduje un paño que había por ahí en su boca, había empezado a gritar y era desagradable, siempre me ha crispado los nervios. Con mucha parsimonia encendí la chimenea e introduje un sello dentro. Lo hacía deliberadamente para que Johanna pudiera ver lo tenía pensado para ella. Con unas tenacillas y un par de velas encendidas me acerqué a ella. Abría los ojos desmesuradamente, los imaginé saltando de las órbitas y rebotando por el suelo. Un vez a su lado me arrodillé frente a ella tomé delicadamente sus pies y le anudé una cuerda alrededor de los tobillos. Los cabos que sobraban quedaron atados a sendas argollas que están instaladas en el suelo. Con la misma delicadeza con que até sus tobillos tomé sus deditos redondos y uno a uno los cercené con las tenacillas. Cada corte era limpio y apenas sangraba.

Después de eso me dirigí a la chimenea donde el sello brillaba rojo. Removí las ascuas y me volví hacia Johanna. Me miraba como si todavía no entendiera lo que estaba pasando, pasé un rato observando su cara, así era hermosa. Volví a acercarme y dispuse dos platillos de te bajo sus pies, que ahora colgaban sin tocar el suelo. Encendí dos velas y las coloqué en los platillos. Las llamas, de un color amarillo intenso que danzaban acariciadas por la corriente, lamian las plantas de los pies de Johanna haciéndola enloquecer de dolor.

Creo que a estas alturas ya sabía que no iba a caminar nunca más. Con el sello dibujé sobre su vientre un círculo. Todavía no me explico cómo logró sacarse el pañuelo de la boca, dio lo mismo porque aterrada y dolorida como estaba ya no era capaz de gritar. En el centro del círculo hinqué el sello que se marcó con ganas sobre su piel. Volví a dejar el sello, esta vez junto a la chimenea, había terminado de marcar.

En la estancia había una alacena en la que guardo todavía algunas armas de cuando mi familia se dedicaba a guerrear. Son muy antiguas pero aún conservaban los filos a puto. Elegí una daga corta. Probablemente perteneció a una mujer, era ligera y el mango de asta estaba bellamente labrado. No tenía nada que ver con las pesada armas de guerra, simplemente era perfectamente femenina.

Volví junto a la bella Johanna, otra Johanna más. Hundí con delicadeza extrema la daga bajo el vientre procurando un corte profundo pero no demasiado. Lo justo para que se desangrara lentamente y no perdiera la consciencia hasta casi el final de todo.

A la mañana siguiente, recién aseado saludé a Adelia que aún seguía con el gesto torcido. - Algún día alguien vendrá y ...- Me dijo. - Tranquila, Adam se encargará de que no la echen de menos. Por cierto, la chimenea de la torre permanecerá encendida durante unos días. -

3 comentarios:

  1. Putos tarados me mierda.

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  2. Muérete, perro.
    Pero no sin antes pinchar los putos enlaces publicitarios.

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  3. ... y sin embargo vuelves una y otra vez...

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