Un manto de oscuridad me envuelve, el vacío me está llenando hasta el punto de la agonía. Aún soy consciente de mi mismo y creo que muero. Veo la luz de la habitación a lo lejos, hundido en el negro absoluto. Todo se apaga y noto como mi cuerpo inerte flota en la nada. Siento el deseo de regresar cuando vuelve a aparecer la luz, que miro fijamente con los ojos completamente abiertos. La luz se agranda, primero poco a poco, después más rápidamente. Asciendo a una velocidad de vértigo viendo que la oscuridad desaparece hasta que por fin vuelvo de nuevo a la habitación.
Tras unos minutos me siento mucho mejor y decido levantarme. Logro ponerme en pie, tambaleándome. Veo mis pertenencias sobre el pequeño aparador junto a la puerta y me acerco a cogerlas. Me cuesta andar, estoy desorientado, mis movimientos son erráticos.
- Cuando te recuperes, baja. Te esperan.
Por un momento pienso que vuelven las alucinaciones, si es que eran eso. No he reparado en el tuerto, que lejos de la luz del candil, reposa sentado en la silla junto a la ventana. Le miro, ya con el cuerpo casi recuperado, y cojo mis cosas. Aún me cuesta andar, de lo que se da cuenta el cíclope infernal que ha velado mi viaje y, levantándose, me rodea con su inmenso brazo despegándome del suelo sin ningún esfuerzo. Con mi tronco sobre su hombro bajo las escaleras cual saco de patatas de modo que en cada escalón mi tripa golpea en los huesos del abominable sujeto produciéndome una irrefrenable necesidad de vomitar. Por fin llegamos al último escalón y me deposita de pie en el suelo. Siento como su hubiera bajado las escaleras rodando, más mareo y un intenso dolor en las costillas.
Al entrar en el salón de la taberna me sorprendo al comprobar que no hay nadie. -¿Quién me espera? – pregunto al tuerto, que, sin mediar palabra me señala una puerta al fondo de la taberna.
El gigante se va escalera arriba y yo me quedo parado, sin comprender nada. Desaparece en la oscuridad del piso superior mientras yo me dirijo a la puerta. Más temeroso que nada golpeo tres veces en la madera. No obtengo respuesta, con lo que empujo la puerta descubriendo una sala sólamente iluminada por la luz que parece salir de una abertura en el suelo. Me acerco y comprueba que es el hueco de una escalera de piedra en forma de caracol, bastante ancha y con lo que parecen símbolos paganos esculpidos en la pared. La cruz zodiacal, pentagramas, discos solares…
Criado en la fe católica, estos símbolos me dan ciertos escalofríos, y mucho respeto. Me debato entre el miedo y la curiosidad, y con la experiencia de esta noche decido que el miedo gana. Con un tremendo escalofrío pongo rumbo a la salida, dando la espalda a la escalera. Inevitablemente giro la cabeza ya en el umbral de la puerta, viendo que la luz de la escalera de piedra se altera, como si el fuego que la alumbra se moviera. Alguien parece subir. El pánico me engulle y, aunque todavía siento debilidad, acelero mi paso en dirección a la salida de la taberna, no sin antes cerrar rápidamente la puerta encajando un taburete de madera en el tirador.
Oigo un golpe en la puerta y no puedo más que seguir adelante lo más deprisa que puedo. Al pasar junto al acceso al piso superior veo de reojo como el tuerto se dispone a bajar hacia mi. Corro hacia la salida, perdiendo el equilibrio, tropezando, dando todas las pistas de mi huida. Se apresura a bajar las escaleras cuando yo alcanzo la puerta de salida, que abro con una mano mientras desenfundo mi perfecto cuchillo de
Me alejo sin dar la espalda al horrible tuerto, sin fiarme y con más ira que miedo ahora. Deseo sacarle el otro ojo, aún a sabiendas que ha estado velando por mí durante mi experiencia.
Escucho tras de mi los cascos retumbantes de Haizun sobre el empedrado, que trota hasta detenerse a mi lado. Si dejar de mirar al monstruo subo al caballo, blandiendo aún el temible cuchillo. Haizun gira sobre si mismo, dirigiéndose al puente y, con un golpe de estribo, pongo rumbo al bosque de vuelta a casa completamente a oscuras mientras pienso en todo lo ocurrido.
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